- El avance del mar sobre las costas del estado de Anzoátegui desplaza comunidades y no hay intervención estatal ni soluciones a corto plazo.
- La ruptura de la barra arenosa en la laguna de Unare altera el equilibrio natural en la costa, afectando la biodiversidad y los medios de vida tradicionales.
- La falta de gestión ambiental y de infraestructura para controlar el desvío del río Unare intensifican la vulnerabilidad socioambiental de la región.
- De acuerdo con los cálculos de la NASA, el nivel del mar en Venezuela ha subido en promedio 12 centímetros desde 1993.
Donde antes se extendía un arenal y un vasto manglar que protegía las casas, ahora hay patios inundados y habitaciones alcanzadas por la marea. En las playas de El Hatillo y La Cerca —dos pueblos del estado Anzoátegui, en la costa oriental venezolana— el mar está ganando terreno. Las grietas en los hogares y los cimientos peligrosamente expuestos son una señal de la erosión costera que desaloja el turismo y pone en un riesgo inminente a las comunidades que allí residen.
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“Es un mar al que ya intento no temer”, confiesa Rosa Virginia Guillén, de 79 años. Vive en La Cerca desde hace 35 años y, desde 2013, su casa fue declarada inhabitable y en zona de alto riesgo por Protección Civil y el cuerpo de bomberos. Su vida es un constante ir y venir, obligado por el mar de fondo y las olas que golpean con fuerza por las noches.
Aunque se va de La Cerca para protegerse en otras casas, Rosa siempre vuelve a su hogar, se rehúsa a abandonarlo, no ha encontrado un destino definitivo y aún no se concreta la promesa de una reubicación digna. Ella prefiere improvisar soluciones: sacos de arena como una barrera contra el agua.
“Hoy la playa se encuentra justo al lado de una mata de coco que antes estaba tierra adentro, a más de 100 metros quizás”, señala. “Cuando el mar la tumbe, sabré que desapareceré”.
El avance del mar no solo amenaza viviendas y calles. También pone en riesgo ecosistemas clave de la zona. Entre los pueblos Boca de Uchire, El Hatillo y La Cerca se extiende la laguna de Unare: un humedal de 4750 hectáreas, equivalente a unas 38 000 piscinas olímpicas. Según BirdLife International, Unare alberga una de las mayores concentraciones de aves de la región, con más de 125 especies registradas —flamencos, coro coras, cotúas negras y garzas blancas— y ha sido, por años, un refugio para la vida silvestre y un atractivo para el ecoturismo. Hoy, este ecosistema, al igual que el hogar de Rosa, podría desaparecer.

Las proyecciones de Climate Central —una organización independiente de científicos y comunicadores que analiza cómo el cambio climático afecta a las personas— permiten identificar áreas vulnerables a distintos escenarios de aumento del nivel del mar, desde 1 hasta 10 metros. Aunque en el mar Caribe el nivel del mar ha subido a un ritmo de 5.3 milímetros por año, estas cifras adquieren mayor relevancia cuando se acumulan a lo largo de décadas, alcanzando varios centímetros. Según escenarios climáticos, un incremento cercano a un metro podría provocar la inundación de amplias zonas costeras, poniendo en riesgo especialmente a comunidades próximas a la laguna de Unare durante eventos extremos.
A estos riesgos se suman factores locales como la contaminación por desechos sólidos, vertidos industriales y agrícolas, además de la alteración de las cuencas hidrográficas que están transformando el paisaje costero al norte del país.

Allí hubo veraneo
La vieja carretera entre La Cerca y El Hatillo es hoy el recordatorio de un pasado turístico golpeado por el avance del mar. Para los habitantes, los restos de ocho casas turísticas, arrasadas hace siete años, y las bases de tres viviendas en las costas destruidas por la marea fueron las primeras señales de una erosión creciente. «Cuando empecé a trabajar hace 30 años, el mar estaba retirado, ahora estamos acostumbrados a que las calles se llenen de agua. Los turistas saben que cuando hay mar de fondo, hay que salir de las casas”, señala Pedro Santa María, obrero del conjunto residencial turístico «Villas Tucán», en El Hatillo.
La migración silenciosa de al menos 50 vecinos en los últimos diez años resalta frente a los pueblos consumidos por el salitre. Es un panorama de abandono forzado.
Mariela Roldán, una líder comunitaria de La Cerca, expone su frustración: «Mi hija mayor ahora vive en Puerto Píritu [a 40 kilómetros de carretera al este de La Cerca]. Ama este pueblo, pero el mar la aterroriza y se fue. Dejó la zona y sólo regresa como turista. “Protección Civil y bomberos vienen, evalúan y no dicen nada. Todo queda en simulacros cuando el mar crece, y luego se van”.
En la comunidad de La Cerca hay aproximadamente 60 casas, de las cuales 23 están en riesgo, según Roldán. “Cada año el mar avanza más. Caminando por el malecón uno puede medirlo: antes había más tierra, más espacio”, afirma. “Ahora, en las casas, tenemos que subir las pertenencias a los muebles o estantes altos para protegerlas del agua. Se me han dañado electrodomésticos. Muchas veces, la única ayuda que recibimos son colchones, bolsas de comida y sacos de arena”.
Hay evidencia de que la erosión costera está modificando el litoral de El Hatillo y La Cerca. Este fenómeno, intensificado por la actividad humana, ha sido monitoreado desde 2005 por Orlando Cabrera, geomorfólogo costero y director de la Escuela de Geografía de la Universidad Central de Venezuela (UCV).
«En El Hatillo y La Cerca se observa un retroceso notable del cordón litoral debido a la erosión. La causa principal radica en la interrupción del aporte de sedimentos fluviales del río Unare a la playa», dice el investigador. Como consecuencia, agrega Cabrera, la playa no recibe la reposición natural de arena, y la acción continua de las olas y las mareas provocan erosión y la pérdida de la línea costera.
La construcción de obras hidráulicas, lagunas artificiales y camaroneras, sumada a la contaminación en las cuencas cercanas, son factores que intensifican la erosión costera. La extracción de agua en la parte alta del río Unare disminuye considerablemente su caudal, limitando así su capacidad para transportar los sedimentos esenciales hacia la costa.

El nivel freático es la profundidad a la que se encuentra el agua subterránea en un acuífero y este es otro problema en El Hatillo y La Cerca. Cuando se excava en la arena de la playa se nota la presencia de agua subterránea a poca profundidad, ya que el retroceso de la costa ocasiona que el nivel freático se eleve y se aproxime a las áreas urbanizadas.
“Esta cercanía del agua subterránea a las construcciones puede generar una desestabilización del suelo, lo que representa un problema adicional para las comunidades afectadas», explica Cabrera. “Y no, los rompeolas y malecones no son la solución. Hay que abordar la raíz del problema: la pérdida de los aportes sedimentarios fluviales”, señala. “Es como tener una playa reducida sin capacidad de recuperación natural”.
Atribuir los cambios en la línea costera al cambio climático sigue siendo difícil de probar debido a los múltiples factores naturales y humanos que contribuyen a la erosión costera. Sin embargo, el Intergubernamental sobre el Cambio Climático (IPCC), en su capítulo sobre sistemas costeros y zonas bajas, señala que la vinculación estadística del aumento del nivel del mar, la emisión de gases de efecto invernadero y la erosión costera hace que las comunidades como El Hatillo y La Cerca sean más susceptibles a desastres exacerbados por el cambio climático.
“Los impactos se harán evidentes a través del aumento del nivel del mar que, combinado con las marejadas ciclónicas, hará que los niveles extremos de agua sean más altos y más frecuentes y, por lo tanto, permitirán un mayor ataque a las playas y las dunas”, indica el IPCC.
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El lento pero continuo ascenso del mar
De acuerdo con los cálculos de la NASA, el nivel de mar en Venezuela ha subido en promedio 12 centímetros desde 1993. Este proyecto periodístico cotejó esa información con datos satelitales disponibles en la misma plataforma, y encontró que para 2024 el nivel del mar alcanzó los 13.62 centímetros, en contraste con los 1.97 centímetros registrados en 1993.
Sin embargo, los datos no son concluyentes. En los informes recientes enviados a la Organización Hidrográfica Internacional, el Servicio de Hidrografía, Oceanografía, Meteorología y Cartografiado Náutico (SHN) de Venezuela —unidad de la Armada responsable de estos temas— indica que se han adquirido mareógrafos de tecnología avanzada y que, junto al Instituto Geográfico de Venezuela Simón Bolívar, continúan trabajando para consolidar nuevas estaciones mareográficas. Aun así, persiste la opacidad en torno a la cantidad de mareógrafos en funcionamiento y los registros generados. Se intentó ar al SHN pero hasta la publicación de este reportaje no se obtuvo respuesta.
La Academia de Ciencias Físicas, Matemáticas y Naturales de Venezuela (Acfiman) advierte en su boletín 2022 que no existe público a la información generada por los mareógrafos activos, aunque se han identificado al menos siete en el país. Esta falta de impide que unidades científicas de la academia y universidades puedan utilizar estos datos para estudiar fenómenos como las mareas o la erosión urbana.
Además, la Acfiman señala que el Estado venezolano no ha financiado investigaciones en campo en más de dos décadas, lo que ha debilitado aún más la capacidad del país para monitorear sus dinámicas costeras de forma sistemática.

El aumento del nivel del mar es un indicador clave del cambio climático y está impulsado principalmente por la expansión térmica del océano y el deshielo de glaciares. Según el informe del IPCC de 2023, un calentamiento global de 2 °C se superará en este siglo y además proyecta que en los próximos 2000 años, el nivel medio global del mar ascenderá entre 2 y 3 metros, si estás temperaturas se mantienen y no se logran reducciones drásticas de las emisiones de dióxido de carbono y otros gases de efecto invernadero en las próximas décadas.
“El nivel del mar seguirá aumentando durante milenios, pero la velocidad y la magnitud del aumento dependerá de las emisiones futuras”, determina el estudio.
Un incremento de esta magnitud podría causar la inundación permanente de vastas zonas costeras, desplazamiento de millones de personas, pérdida de hábitats naturales y graves impactos en infraestructuras y economías locales.
Y aunque esas proyecciones parecen lejanas, sus efectos ya empiezan a sentirse en países como Venezuela. Aunque el aumento registrado —4.30 centímetros entre dos décadas recientes— pudiera parecer poco, un estudio publicado en la revista Nature advierte que subidas de apenas 1 a 10 centímetros pueden tener un impacto desproporcionado en la frecuencia de inundaciones.
En la práctica, eso significa que unas pocas olas más bastan para que mareas altas o tormentas aneguen zonas que antes se mantenían secas. La razón es sencilla: muchas calles, viviendas y sistemas de drenaje están construidos justo al borde del nivel que solía protegerlos.
Jorge Naveda, investigador de la UCV y especialista en ordenamiento territorial y ambiente, explica que las variaciones naturales del nivel del mar —influenciadas por ciclos climáticos de largo plazo—, junto con la dinámica propia de las barras de arena, formaciones geológicamente inestables por naturaleza, inciden en la evolución de estas zonas. En ese contexto, destaca la necesidad de comprender las dinámicas oceánicas en la región atlántica y del mar Caribe para evaluar con mayor precisión la vulnerabilidad de la costa de Anzoátegui frente al aumento del nivel del mar.
“En la costa oriental, donde se encuentra Anzoátegui, el aumento del nivel del mar podría ser más pronunciado debido a la corriente de Brasil, que eleva las aguas en esta zona. A esto se suma la fuerte corriente del canal de Boca de Dragón, una mezcla de aguas con distintas temperaturas y un estrechamiento geográfico que intensifica las mareas atlánticas, que ya de por sí son las más altas en esta región”, señala el investigador. “Entonces, sí, es una de las costas más propensas a resultar afectadas”.
El World Climate Research Program desarrolló un reporte en 2019 sobre los conocimientos necesarios para comprender la variabilidad del nivel del mar y así poder reducir algunas incertidumbres: comprender el papel de los procesos internos costeros y oceánicos a nivel del mar local y regional, el papel de la variabilidad natural y disponer de mediciones satelitales y terrestres.
Sin embargo, estos conocimientos resultan complejos de evaluar en el contexto venezolano. “La carencia de datos robustos genera una significativa incertidumbre sobre los impactos del aumento del nivel del mar, lo que subraya la urgencia de desarrollar y estandarizar metodologías para construir una base de datos físicos confiable y generar información empírica sólida”, destaca Naveda.
La científica venezolana y autora líder del IPCC, Alicia Villamizar, advierte en un boletín de la Acfiman que “no queda claro —para el caso de Venezuela— cómo solventar el grado de incertidumbre implícito en el problema del aumento de nivel del mar, cuando el inventario nacional de gases de efecto invernadero adolece de confiabilidad”.
También indica que Venezuela requiere tomar medidas de adaptación a corto y mediano plazo respecto al aumento del nivel del mar, ya que el 80 % de sus 6068 kilómetros de longitud de costa (cerca de 4854 kilómetros) corresponde a zonas bajas en riesgo de inundación.
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Sin plan de escape
“¿Qué vamos a hacer con migrar?”, señala Aura Enrique Boada, de 74 años. Su casa está bordada con grietas debido a la acción del salitre y la marea. “Antes había que caminar casi 2 kilómetros a la playa. Todo era mata de coco, manglar y cují [un árbol pequeño]. Ahora la gente se fue porque no hay turismo ni paraíso natural. ¿A dónde vamos quiénes no podemos dejar el hogar que siempre ha sido nuestro?”.
Aura es una de las fundadoras y líder de la comunidad de La Cerca. Siente inquietud ante la erosión costera, pese a que su casa se ubica en un “punto seguro”, por ahora, según Protección Civil. Se ha formado en el tema y, a pesar de su insistencia en exigir explicaciones científicas a los representantes del Estado que han visitado la zona, no ha obtenido respuestas. El agua avanza implacable mientras espera: “Es el monstruo del mar”, señala.
El Instituto Nacional de Meteorología e Hidrología publicó en 2017 la segunda comunicación nacional del Cambio Climático. En el documento aseguraban que el incremento del nivel del mar y de su temperatura superficial tendrían un impacto directo en las zonas costeras del país. Estimaba que una población de 4 401 486 habitantes (19 % del total nacional) y 14 ciudades con más de 50 000 habitantes serían afectadas directamente.
Además, señalaba que la región donde se encuentra Boca de Uchire, El Hatillo y La Cerca era particularmente vulnerable. Sus proyecciones eran de un incremento del nivel del mar de 51.7 centímetros para el año 2090.
Sin embargo, a pesar de este reconocimiento, Aura afirma que no hubo, ni hay, un plan de acción contundente.
En diciembre de 2017, el Ministerio de Ecosocialismo anunció la finalización del proyecto «Fortalecimiento del Sistema de Áreas Protegidas Marino-Costeras de Venezuela», cuyo objetivo era obtener mediciones oceanográficas y atmosféricas en las costas Caribe y Atlántico. Se esperaba una sala de monitoreo operativa para el primer trimestre de 2018 con datos en tiempo real. Sin embargo, hasta la fecha, este equipo periodístico no ha podido acceder a esta información ni verificar la existencia y funcionamiento de la sala.
“Las políticas y estrategias deben tomar en cuenta que los efectos del aumento del nivel del mar o consecuencias del cambio climático generarán migraciones climáticas o movimientos de personas desde zonas de alto riesgo hacia zonas consolidadas, urbanas, que pueden tender al colapso de las infraestructuras de servicio”, comenta José Ramón Delgado, oceanógrafo y consultor en políticas oceánicas.
Aunque Venezuela cuenta con un amplio marco legal ambiental —incluyendo leyes que abordan el cambio climático, como la Ley Orgánica del Ambiente (2006) y la Ley de Gestión Integral de Riesgos Socionaturales y Tecnológicos (2009)—, y ha ratificado acuerdos internacionales como el Acuerdo de París, las políticas nacionales aún no integran de manera eficaz este fenómeno, especialmente en las zonas costeras.
Por ejemplo, la Ley de Zonas Costeras (1999) desarrolló un Plan de Ordenación y Gestión Integrada de las Zonas Costeras del país que se concluyó en 2014. Sin embargo, no fue aprobado y apenas retomó su discusión en 2023, con la conformación de unidades costeras y se está ejecutando actualmente, luego de una década, de acuerdo al Ministerio del Poder Popular para el Ecosocialismo (Minec).

“Se están conformando los comité y el levantamiento de información actualizada para tener diagnósticos de las áreas litorales”, informó el doctor Orlando Cabrera, consultor y parte del reinicio de ese proyecto. “Una elevación del mar no sólo afectaría nuestras costas, también a toda las islas cercanas del Caribe, cuya población ante una emergencia catastrófica se desplazaría hasta la tierra firme más cercana: Venezuela«, asegura y agrega que «nuestras políticas deben reforzar la cooperación internacional y visualizar escenarios donde seamos proveedores de ayudas humanitarias, no sólo para nuestra población”.
Si bien el aumento del nivel del mar es una consecuencia gradual del cambio climático, y puede parecer lento, su interacción con problemas locales como la erosión, la contaminación y la ausencia de planes de mitigación y adaptación, podría forzar el desplazamiento de comunidades enteras. Así lo indica un informe de la Fundación Ecología y Desarrollo (Edodes), que subraya la intrincada naturaleza de estos movimientos humanos, moldeados por variables ambientales y socioeconómicas que intensifican la vulnerabilidad.
Sin embargo, Rosa Virginia Guillén no necesita proyecciones científicas para anticipar el futuro con certeza: en menos de medio siglo, dice, el paisaje que hoy habita será borrado por el mar. Hace unos meses, mientras estaba enferma y se encontraba lejos de casa, en la vivienda de una de sus hijas, un vecino llegó con una noticia alarmante: «La casa tuya se la va a llevar la playa». La pared que daba al mar había cedido. A pesar de esto, Rosa regresó.
«En ese momento pensé que dejaría la casa y que hasta ahí llegaba todo. Ya no escucharía el mar reventando en mi cuarto en la noche ni tendría agua entrando en la sala, pero tampoco tendría un hogar al que regresar. Hoy todavía lo tengo, mañana no lo sé», concluye.
*Este reportaje contó con la colaboración en terreno de la periodista Giovanna Pellicani y forma parte del especial «Desterrados Climáticos: Nuevas Migraciones Venezolanas» al que puede acceder aquí.
**Imagen principal:Comunidades pesqueras El Hatillo y La Cerca, en el municipio Peñalver del estado Anzoátegui. La erosión amenaza con derrumbar varias viviendas. Foto: Elgica Semprúm