- La bióloga de origen indígena recibió financiamiento para fortalecer sus proyectos.
- Su trabajo se centra en la investigación y conservación del oso de anteojos (Tremarctos ornatus) y el venado enano (Mazama chunyi), una especie amenazada y poco conocida en Perú.
- En diálogo con Mongabay Latam habla sobre la importancia de los niños en la conservación de la naturaleza y da un mensaje a las jóvenes y niñas indígenas que quieren hacer ciencia.
- “Ya estamos sintiendo los efectos del cambio climático y las montañas serán refugios para plantas y animales”, asegura.
Ruthmery Pillco Huarcaya siempre sintió una conexión profunda con los árboles. Mientras sus padres trabajaban en el campo, ella recorría los caminos andinos con su perro, trepando esos gigantes que le ofrecían paz y compañía. Quería entenderlos: saber a dónde llevaban las hormigas sus hojas o por qué las aves cantaban distinto en sus ramas. Crecer entre las montañas de Cusco, Perú, le permitió ver la naturaleza con curiosidad. Mientras su familia soñaba con verla convertida en médica —la primera universitaria—, ella anhelaba algo distinto: quedarse entre los árboles y las montañas, donde realmente sentía que pertenecía.
“Decidí estudiar biología porque sabía que quería estar en la naturaleza. Me gustaba mucho investigar, incluso quería estar en el FBI para resolver problemas”, ríe Pillco Huarcaya, ahora de 33 años, convertida en científica indígena de origen quechua. “Aunque no fue de esa forma, ahora es lo que hago: investigar y descubrir cosas, pero en la naturaleza”.

Esta pasión la llevó a estudiar una maestría en Taxonomía, Diversidad y Conservación de Plantas y Hongos en la Queen Mary University of London. Desde entonces, ha recorrido Perú y Costa Rica estudiando la biodiversidad y liderando proyectos de conservación que combinan la ciencia con los saberes tradicionales de las comunidades locales.
Con más de 12 años de experiencia en la conservación de especies amenazadas, actualmente Ruthmery Pillco Huarcaya es gerente de ciencias en la Estación Biológica Wayqecha de la organización Conservación Amazónica (ACCA). Desde allí lidera investigaciones centradas en dos especies clave de la zona de amortiguamiento del Parque Nacional del Manu: el oso de anteojos (Tremarctos ornatus) y el venado enano (Mazama chunyi).

En mayo de 2025, fue seleccionada como una de tres jóvenes líderes en conservación para recibir el Future For Nature Award, un prestigioso reconocimiento internacional que otorga 50 000 euros para fortalecer sus proyectos. Pillco Huarcaya utilizará collares GPS y cámaras trampa para monitorear al venado enano, capacitar a investigadores locales y guardaparques indígenas, y desarrollar campañas que reduzcan los conflictos entre comunidades y fauna silvestre. También fortalecerá sus estudios sobre el papel ecológico y cultural del oso andino, con el propósito de comprender cómo un clima rápidamente cambiante podría afectarlo.
Mongabay Latam conversó con ella sobre sus propósitos, que trascienden la protección de especies individuales para buscar la restauración integral de ecosistemas completos.

—Como mujer indígena quechua y científica, ¿qué desafíos ha enfrentado al abrirse paso en el mundo de la conservación? ¿Cómo los ha superado?
—Como cualquier mujer en general, después de salir de tu pueblo, de un lugar pequeño, es difícil: el solo hecho de ir a estudiar en la universidad para mí lo fue. No conocía a muchos. A veces somos muy tímidas en los pueblos alejados, pero luego tienes que empezar a abrirte.
Hablando de la conservación, tal vez lo que más me gusta es realizar expediciones en lugares remotos y descubrir cosas. Recuerdo que la primera vez que me uní a una expedición, estuve casi un mes en campo y era la única mujer del equipo, entonces para mí fue muy difícil, especialmente por el esfuerzo físico. Lloré en mi campamento, decía: «¿Qué hago tan sola, tan lejos?» Pero luego empecé a hacer networking y vi que había muchas chicas haciendo ese tipo de trabajos y me animaron. Así empecé a liderar mis propias expediciones.
No fue fácil, especialmente con las comunidades, porque aún queda el machismo. Recuerdo cuando iba a liderar mi primera expedición: tenía mi equipo de científicos, eran varones y tenía guías locales que nos iban a ayudar a cargar las cosas, pero no querían. Decían: “No vamos a seguir a una mujer, ¿por qué tendríamos que seguirte?” Entonces tuve que cargar la mochila de más de 20 kilos, empezar a caminar, demostrarles y solo así empecé a ganar respeto. En muchas oportunidades me tocó hacer este tipo de cosas.
Definitivamente somos fuertes, pero hay momentos en que tal vez no es suficiente y, aún así, tenemos la capacidad y la resiliencia. Al final, creo que fue una bendición haber crecido en la parte andina quechua y el hecho de ser mujer. Vi bastante de mi mamá, mi abuela, de las personas ahí, lo fuertes y resilientes que pueden ser y gracias a eso es que sigo acá.

—Su trabajo en la zona de amortiguamiento del Manu y en la Reserva Comunal El Sira la ha expuesto a una biodiversidad impresionante, pero también a conflictos sociales y ambientales. ¿Cómo equilibra la ciencia con las realidades de estas regiones?
—Creo que el haber crecido en una comunidad, en un ambiente rural, hace que conozca el sitio, porque he crecido con esas personas, conozco la realidad social y eso me facilita poder entender y ar con las personas y las comunidades. A lo largo de mi carrera, gracias a la misma naturaleza, he aprendido que la conservación no son solo las áreas protegidas, también que se tiene que trabajar con las personas, con las comunidades y eso es lo que intento hacer.
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Al menos para mi trabajo en el Manu, poder hablar quechua me ha ayudado bastante para conectar con las comunidades y también poder llevar el mensaje de los resultados que estamos obteniendo.

—¿Qué rol juegan las comunidades locales e indígenas en sus proyectos de conservación?
—El área donde trabajo es la Estación Biológica Wayqecha, que se encuentra en la zona de amortiguamiento del Parque Nacional del Manu. Allí tenemos áreas de conservación privada, pero también hay terreno comunal en grandes extensiones, y es muy importante trabajar con ellos. Muchos son parte de la ciencia que hacemos.
Tenemos guías locales de las comunidades que han estado conmigo desde el primer día. Gracias a ellos, es que pude realizar las expediciones porque conocen la zona más que yo. Son muy importantes como guías locales y ahora como guías de investigación, porque a muchos ya los hemos entrenado y ahora tienen la capacidad de ser asistentes de otros investigadores.
También estamos trabajando en el tema de educación ambiental. Tenemos un programa de embajadores para la conservación en el que traemos a niños de escuelas locales, que vienen a la estación biológica y conocen nuestro centro de interpretación del oso andino, recorren los senderos e interactúan con los científicos. La idea es volver a conectarlos con la naturaleza, porque ahora con las tecnologías todo el mundo está en las tablets, en el celular y nos estamos olvidando del entorno, inclusive de socializar. Creo que, cuando esos niños experimentan la naturaleza, nosotros les podemos sembrar un poquito del tema de conservación, de naturaleza y, en un futuro, no sabemos si alguno será el alcalde del sitio, el ministro o va a trabajar en leyes, y de alguna forma tendrán conciencia ambiental. Ese es el propósito.
De igual forma, con los líderes comunales, presidentes de comunidades y asociaciones, los traemos a la estación biológica para impartirles talleres en diferentes temas como cambio climático, diversidad e identidad cultural. La idea es que ellos conozcan qué es conservación y, si en algún momento tienen amenazas, ya sea por mineras o concesiones, sepan cómo defenderse. Porque yo como persona puedo moverme a otro sitio, mi organización puede irse a otro lugar, pero al menos si tienes esas personas ahí y tienen ese conocimiento, les ayudará a defenderse para poder hacer conservación por ellos mismos.

—¿Qué saberes pueden aportar particularmente las mujeres indígenas a la ciencia?
—Algo interesante que hemos captado en estos cuatro años, es que están más conectadas con la naturaleza, sobre todo, con las plantas. Tienen una conexión bastante increíble: conocen mucho de plantas medicinales, plantas tintóreas y frutos. Ese conocimiento es el que rescatamos de ellas.
Pero la realidad es que en estas zonas remotas las mujeres no van mucho al campo. Es la tradición que la mujer esté en la casa, cuide al esposo y a los niños, y muchas de ellas tienen temor de salir más allá de sus chacras, para irse realmente al bosque o al monte. Son los varones los que van más allá.
Pero las mujeres quieren, tienen bastante curiosidad. Hemos descubierto eso: tú les empiezas a hablar y dicen: «Ay, ¡sí quiero ir!» Y así he llevado mujeres de comunidades a las expediciones, hemos acampado por dos semanas y lo han hecho bien. Si les das esa oportunidad, lo hacen muy bien. Creo que es por esa conexión que tenemos las mujeres, ese instinto femenino y maternal que hace que podamos sentir más por la naturaleza, por el ambiente.

—Ha liderado importantes iniciativas de conservación como el Programa del Oso Andino en el Manu. ¿Qué aprendizajes le ha dejado esa experiencia, tanto a nivel científico como personal?
—A nivel científico, a través de los diferentes estudios que hemos hecho, ahora sé que los osos nos muestran que ellos no conocen de barreras políticas en el entorno de paisaje. Gracias a los collares satelitales hemos visto cómo se van moviendo entre el Parque Nacional del Manu, áreas de conservación privada, más de cinco comunidades y áreas de conservación regional. Entonces, no es suficiente decir que están protegidos dentro del parque, sino que nos están mostrando que tenemos que trabajar de manera organizada, tanto con el Gobierno, como con el sector privado y con las comunidades.
En el tema personal, aprendí la importancia de trabajar con las personas y que los niños son clave en temas de conservación. Muchas veces decimos que son el futuro, pero para mí son el presente. Tienen la inocencia y la capacidad de captar bastante rápido y a través de ellos, tal vez podemos educar a sus papás. Para mí, los niños son agentes para la conservación.

—Está trabajando en la creación de Peruvian Wildlife Conservation, una nueva organización que busca restaurar los hábitats del oso andino y el venado enano. ¿Qué le motivó a dar ese paso y crear una organización propia?
—Por mucho tiempo he trabajado en Selva Baja. Después de acabar la universidad he pasado casi ocho años trabajando en ella, haciendo estudios en monos o árboles, pero en la pandemia recibí la oportunidad de volver a Perú para trabajar en la parte andina, en el bosque nublado y aquí es donde he descubierto mi misión.
Realmente me gustan las montañas, es como volver a casa, me siento como en casa. Las montañas para mí son lo máximo y también me he dado cuenta de que no tienen mucha voz. Porque cuando decimos “biodiversidad”, todos vemos a la selva, llena de árboles grandes, monos, tapires y jaguares, pero no vemos tanto la parte altoandina de montañas y, al menos en el contexto de Sudamérica, son muy importantes en la cuenca del Amazonas, por el mismo tema del bosque nublado, que es parte del ciclo del agua. Con todo eso es que estoy empezando esta iniciativa.
Quiero construir una iniciativa grande, trabajar de manera colaborativa con otras organizaciones tanto nacionales e internacionales, trabajar con el Gobierno y en un sistema más organizado para lograr lo que llamamos resiliencia, tanto del bosque como las personas. Ya estamos sintiendo los efectos del cambio climático y las montañas serán refugios para plantas y animales. Es formar una red para que podamos proteger las montañas y así podamos aportar en la resiliencia de estos ecosistemas. Eso significa trabajar en la creación de más áreas protegidas y en poder fortalecer las que ya existen, pero también trabajar con las comunidades en temas de restauración y conectividad.

—Recientemente ganó el premio Future For Nature, que financiará la investigación sobre una especie poco conocida, el venado enano. ¿Qué importancia tiene esta especie para los bosques nublados andinos y por qué debería importarnos su conservación?
—El venado enano es una especie muy poco conocida, realmente no sabemos mucho de ella. Pesa entre 7 y 10 kilos y es endémico de Perú y Bolivia, en la parte andina. Es una especie bastante rara, críptica y no tenemos mucha información. Como cualquier otra, cumple un rol ecológico muy importante en su ambiente, pero creo que el tema es que aún tenemos muchas especies poco conocidas y la idea es primero aprender sobre ellas. ¿Cuál es su rol ecológico? ¿Cuáles son los límites de elevación en los que existen? ¿Dónde viven?
Esto nos ayudaría a obtener estrategias de conservación, porque los bosques nublados, que es la zona donde esa especie se encuentra, son los ecosistemas más amenazados por la deforestación, minería y quemas. Especies como el venado están desapareciendo inclusive antes de que los podamos conocer.
Mi perspectiva tiene que ver más con proteger ecosistemas y de esa forma proteger también especies claves como el oso andino, el venado enano y todo lo que se encuentra allá. La intención es utilizar estas especies como embajadores de esos ecosistemas tan importantes. Principalmente porque ambas son especies carismáticas y así es más fácil poder llamar la atención de las personas en general, pero también de los políticos.

—¿Cómo influye su identidad indígena quechua en su forma de hacer ciencia? ¿Cree que aporta una perspectiva distinta a los enfoques tradicionales de conservación?
—Yo creo que sí, porque nací en ese entorno. Tenemos el tema cultural bastante arraigado, tenemos esa conexión con las montañas, con la Pachamama, un respeto que desde niña aprendí a tener. Antes de hacer cualquier actividad, siempre le realizamos una pequeña ofrenda y pedimos permiso a las montañas. Incluso cuando hacemos capturas de osos, pedimos permiso a la Madre Tierra. Eso siempre está presente en mí, en mi equipo.
La parte cultural para mí es muy importante, pero además me ayuda a conectar con las comunidades, para poder transmitir lo que estamos aprendiendo.

—¿Ha cambiado su visión sobre lo que significa conservar la naturaleza? ¿Cómo evoluciona una conservacionista con el tiempo?
—No ha sido un viaje fácil. He empezado haciendo voluntariados y pasantías, y eso me ha permitido conocer bastantes personas. Mis mentores han sido clave para mí, el doctor Andrew Whitworth y el doctor Adrian Forsyth, lo que también me ha hecho ver que necesitamos esas figuras, que puedan creer en ti y que puedan guiarte a lo largo del camino.
Eso mismo ha hecho que tenga mi programa de pasantías, ahora con mujeres, y la idea es que yo me pueda convertirme en su mentora y que ellas luego puedan ser mentoras de las nuevas generaciones. Que se pueda hacer una cadena. El hecho de haber trabajado con distintos grupos —hice trabajos con insectos, mariposas, anfibios, aves, mamíferos y plantas—, me ha ayudado a entender el concepto de ecosistema, pero como un sistema.
Todo está integrado, cada uno cumple un rol muy importante y esa misma dinámica y visión existe en el contexto social y cultural, porque también cada uno tiene un rol muy importante que jugar. Para la conservación, no es que solo seamos los biólogos. También están los comunicadores, los abogados que están trabajando en políticas, los veterinarios, las comunidades con el conocimiento tradicional e identidad cultural. La conservación es eso, un sistema que he venido aprendiendo a lo largo de los años.
Al inicio tal vez solo estaba muy enfocada en la ciencia, en obtener mis resultados y publicarlos en un artículo científico, pero el hecho de haber trabajado en distintos grupos y también salir a diferentes países me ha permitido ver otras realidades. Creo que eso es muy importante. Es tener la mente abierta y ver cómo otros investigadores, personas y países están trabajando, y traer eso de regreso a mi país, Perú, y aplicarlo, pero siempre manteniendo nuestra realidad y nuestra identidad cultural.

—¿Qué mensaje le daría a las jóvenes y niñas indígenas que sueñan con dedicarse a la ciencia, pero que quizás sienten que no pertenecen a ese mundo?
—Todas tenemos la capacidad. Si tienes sueños, ve por ellos. Definitivamente no es fácil, habrá muchas barreras en el camino, pero todas ellas te van a hacer más fuerte, más resiliente. Tenemos bastante capacidad para hacer ciencia, para hacer conservación y, sobre todo, como mujeres tenemos esa conexión grande con la naturaleza; tomemos ventaja en eso y no nos sintamos débiles. Tenemos resiliencia, carisma y el cuidado, desde nuestra parte maternal. Para mí eso es una bendición. Ahora digo: qué bendición haber nacido mujer, porque eso me facilita ver las cosas de una forma bastante diferente.

—¿En qué tiene esperanza?
—Con el cambio climático, a veces vemos todo negativo, pero creo que todavía hay esperanza y somos nosotros mismos como humanidad. Como personas podemos hacer un montón de cosas increíbles, pero necesitamos trabajar en equipo. Solo así vamos a lograrlo. Somos parte de la naturaleza, somos parte de un sistema y como tal tenemos una responsabilidad de proteger y conservar nuestro hogar, que es el planeta Tierra.
No seamos egoístas. Todavía tenemos la gracia de poder disfrutar paisajes hermosos. Pongamos nuestro granito de arena para que las generaciones que vengan también puedan disfrutar de esto. Para hacer conservación, no es necesario ir hasta el Parque Nacional del Manu, a lugares remotos. Puedes hacer conservación desde tu casa, desde donde estés sentado, no importa donde estés, siendo más consciente de lo que comes, de lo que compras. Todo eso ayuda bastante.
Si estás en una oficina, sal al campo, al parque más cercano y escucha la naturaleza. Escucha por un momento lo que te dice, observa lo que hay para que así podamos recuperar la conexión con ella.
*Imagen principal: Ruthmery Pillco, bióloga quechua peruana. Foto: cortesía ACCA