- Los manglares de Dzinintún, en Celestún, se convirtieron en un bosque petrificado, sin vida, luego de ser afectados por el huracán Gilberto, en 1988, por la construcción de un puente vial, la tala y la contaminación.
- Hace 20 años, comenzó un programa de recuperación de estos manglares impulsado por científicos y habitantes del lugar.
- Actualmente, casi el 90% del manglar se ha recuperado.
- Se mantienen 10 hectáreas del bosque muerto como una imagen del daño provocado. El propósito es enseñar sobre la importancia de conservar.
El gris predomina en el bosque petrificado de Celestún. Sobre un espejo de agua reposan troncos ennegrecidos, los restos del manglar en la ciénega. El sol se oculta en el oriente de Yucatán, México, detrás del bosque muerto, como también se le conoce al lugar. En abril, durante la temporada de secas en la península de Yucatán, las orillas están ocupadas por el barro agrietado. Ese es el paisaje que dejó el paso del huracán Gilberto en 1988, sumado a años de contaminación y la construcción de la carretera a Mérida. Sin embargo, no toda el área luce así. Gracias al trabajo que con paciencia vienen realizando un grupo de habitantes de Celestún desde 2004, la mayor parte del manglar ha revivido. 5342r
Al bosque vivo se accede por un camino de madera de 500 metros de largo. Al cruzar por ese puente de tablones, tras la puesta del sol, se escuchan decenas de cochinillas yucatecas (Creaseriella anops) que caminan sobre la hojarasca, un sonido similar al del flujo del agua.
En enero de 2020 se conformó la cooperativa Guardianes de los Manglares Dzinintún, proveniente de una escisión de una cooperativa previa. La fundó José Isaías Uh Canul, habitante de Celestún, que en su juventud era pescador e incorporó a otras personas del municipio y a familiares suyos, como su hermana Mirian Uh Canul y su hijo Octavio Uh.
Se creó con equidad de género y el proyecto incorporó la vigilancia comunitaria de las áreas naturales, que incluyen la protección frente a la tala de manglares y la recolección de basura y residuos sólidos, además del monitoreo de las aves en la zona que ayudan a la preservación de 71 hectáreas de mangle recuperadas.

La recuperación tras huracanes y carreteras 5e351e
Octavio Uh tenía 12 años cuando se fundó Guardianes de los Manglares de Dzinintún. Hoy tiene 17 y ha crecido con la ciénega. Mientras rema con un palo de madera sobre el camino del agua, habla de lo que ha aprendido sobre este bosque de mangles rojos (Rhizophora mangle), que tienen raíces que se asoman sobre el suelo como patas; los blancos, (Laguncularia racemosa) de raíces enterradas; y los negros, (Avicennia germinans) cuyas raíces neumatóforas se asoman desde el suelo hacia la superficie, como si crecieran al revés.
Octavio Uh sabe que las diferentes especies de mangle tienen lenticelas, que son como “poros” que absorben el dióxido de carbono para transformarlo en oxígeno. También sabe que por cada mangle negro hay entre mil y 10 mil raíces neumatóforas y que esta especie, mientras absorbe el agua dulce, hace pasar el agua salada por su corteza, hacia las ramas, y hasta las hojas, para evaporarse con el calor del sol y crear cristales de sal.

Su padre, José Isaías Uh Canul, comenzó a participar en las labores de la reforestación y conservación de los manglares en Celestún cuando tenía 19 años, en 2004. Cuando iniciaron las labores de recuperación, las 71 hectáreas de la ciénega eran, en su mayoría, un bosque muerto. El huracán Gilberto, que atravesó Quintana Roo y Yucatán en septiembre de 1988, devastó los manglares de Celestún y los volvió un bosque petrificado. Al llenarse la ciénega de agua salada y privar así al manglar del agua dulce que también necesita para sobrevivir, la devastación fue total.
Sumado a eso, la construcción del puente que conecta a Celestún con la carretera hacia Mérida, la capital del estado, inaugurado en 1999, cortó los pasos de agua causando la obstrucción de los canales, matando al manglar, explica Jorge Herrera Silveira, coordinador general del Observatorio Costero de Resiliencia (OCR) en Celestún. La tala y la contaminación por basura también contribuyeron.
El propio Uh Canul, quien en su juventud se dedicó a la pesca, arrojaba sus desechos en el manglar.
“Nunca fui ambientalista cuando era joven, de los 20 años para atrás. Era un hombre inconsciente como cualquier persona, yo botaba mi residuo, mi basura, mi plástico, a todos nos daba igual. No me importaba la naturaleza”, cuenta.
Además, ”algunas especies de mangle son de buena madera, por lo que (algunas personas) prefieren talar árboles antes que salir de Celestún a comprarla. Dicen: ‘Voy a cortar manglar, a destruir; en qué te afecta’. Yo les respondo que si cortan un árbol, más personas vendrán a hacer lo mismo para construir casas o chozas alrededor”.

México tiene el 6 % de los manglares del mundo. Es el cuarto país con mayor cantidad detrás de Indonesia, Australia y Brasil. En 2020, el Sistema de Monitoreo de Manglares de México (SMMM) contabilizó 905 086 hectáreas de manglar en México, equivalentes a 9050.86 kilómetros cuadrados, de las cuales más del 10 % se encuentran en Yucatán.
Sin embargo, la plataforma Global Mangrove Watch indica que en la costa norte de la península de Yucatán se perdieron más de 100 kilómetros cuadrados de manglares entre 1996 y 2020. Las amenazas principales son la construcción y la tala, indica Herrera.
El corazón del manglar 4b335t
En 2004, en colaboración con la Comisión Nacional de Áreas Naturales Protegidas (Conanp), la Secretaría de Medio Ambiente y Recursos Naturales (Semarnat) y la Procuraduría Federal de Protección al Ambiente (Profepa), arrancó el proyecto de limpieza, rehabilitación y restauración de los manglares en Dzinintún, al que se integró Uh Canul. También se sumó la Agencia de Cooperación Internacional del Japón (JICA).
Uh Canul y otros pescadores recogieron basura en 71 hectáreas de manglar. Les pagaban por hacerlo y su mentalidad cambió: “Esa basura yo la boté –pensaba– y yo mismo la voy a recoger”.
En un claro conocido como el “corazón del manglar”, crearon granjas de robalos, un pez que la ciencia llama Centropomus undecimalis, para comerciarlos. Construyeron un encierro con mallas, pero no funcionó. “En lugar de hacer algo bueno, impactamos el área marina”, cuenta Uh Canul. “El sedimento, la hojarascas y las ramas se empezaron a acumular en la red y si no tenía mantenimiento (…) se quedaban sin oxígeno los peces. Tuvimos que levantar las redes y pensar en otro plan”.
Debido al fracaso con la granja de robalos, comenzaron a trabajar en la zona muerta del manglar para recuperar las zonas afectadas por la carretera. La estrategia fue llevar hasta la ciénaga, a través de canales, el flujo de agua desde la ría, una entrada de agua de mar muy común en la geografía yucateca.

Durante la construcción de los canales, buscaron una zona para la siembra de semillas de mangle. Las hicieron crecer en bolsas de plástico hasta que alcanzaron el metro y medio y las plantaron. Hicieron viveros y reforestaron con mangles rojo, negro y algunos blancos.
Sin embargo, “lo que más crece ahí es mangle blanco”, explica Herrera. Así que ninguna de las otras dos especies que sembraron creció de la misma forma que el blanco. “Eso también nos permitió aprender”, dice el experto. “Aprendimos precisamente que reforestar no debería de ser una de las primeras opciones para la restauración del manglar”, agrega. A partir de entonces, en una segunda fase, decidieron concentrar los esfuerzos en la restauración hidrológica.
La restauración hidrológica, explica Uh Canul, es la imitación de los canales naturales para llevarlos de manera artificial a las zonas dañadas. Permite que la semilla se desarrolle de forma orgánica. Con los canales, además de los blancos, también crecieron los mangles rojos y negros.
“Celestún ha sido nuestro laboratorio vivo”, asegura Claudia Teutli, doctora en Ciencias y Tecnología del Medio Ambiente, quien desarrolló su tesis doctoral sobre los mangles de Celestún, en colaboración con Herrera. Poco a poco, los pescadores aprendieron que la “restauración se tiene que hacer con conocimiento técnico científico”.
En dos décadas y con el “sudor de la frente y dolor de la espalda”, dice Uh Canul, se construyeron casi cinco kilómetros de canales de tres metros de ancho y uno de profundidad. Se abrieron con palas, picos y machetes, sin el uso de maquinaria pesada que impacte la zona. En los lugares más complicados, emplearon motosierras porque en los troncos muertos se formaron armaduras de sal que “si le pegabas con un machete o hacha, se quebraba, era como pegarle a puro metal, hasta chispas sacaba”, recuerda el líder de la cooperativa.
La intención de los trabajos de rehabilitación era bajar la salinidad de la ciénega, que desde el huracán Gilberto y la construcción de la carretera llegó a ser de 61 gramos de sal por cada kilogramo de agua, mayor que el promedio en el mar que es de 35. Con el tiempo, lograron reducir la salinidad a 45 gramos.

A partir de esa experiencia, añade Herrera, se consiguió que la Comisión Nacional Forestal (Conafor) cambiara sus reglas de operación y permitiera la propuesta de acciones de rehabilitación hidrológica para la restauración de manglares, no solamente viveros y reforestación.
De hecho, este tipo de rehabilitación se replicó con intervenciones en sitios de la península de Yucatán como Progreso, Dzilam de Bravo, Xcalak, El Cuyo. Además, la restauración de los manglares de Celestún es un caso emblemático, porque a partir de las acciones ocurridas hace dos décadas, en 2020, se publicó la Guía para la restauración ecológica de manglares, ideada y supervisada por Teutli y Herrera.
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Flamencos, boas y jaguares, la biodiversidad de la ciénaga 4c1c6w
Desde 2014, la responsabilidad de la preservación de los manglares recae en la comunidad celestunense, específicamente en cooperativas como los Guardianes de los Manglares Dzinintún, que, además de contar con una decena de cooperativistas –seis mujeres y cuatro hombres–, está conformado por unos 50 colaboradores. La guía elaborada por Teutli y Herrera reconoce que la conformación de esa cooperativa “garantizó la continuidad en la conservación del sitio, además de la visualización de los resultados del proyecto”.
Del financiamiento inicial de Ducks Unlimited de México A.C. (Dumac), en vinculación con el Programa de Pequeñas Donaciones (PPD) de las Naciones Unidas, los cooperativistas adquirieron dos canoas y dos kayaks. Actualmente cuentan con nueve canoas y 11 kayaks.

Forman parte de la Alianza Peninsular para el Turismo Comunitario y realizan labores de educación ambiental.
Mirian Uh fue la primera mujer de la cooperativa en remar por los manglares. “Si puedo hacer eso, puedo hacer mucho más. Estar dentro del área, haciendo la actividad, me fortalece”, señala.
En los recorridos por los manglares y la ría, predominan los flamencos rosados (Phoenicopterus ruber ruber), que sobrevuelan la zona y descansan en Holbach, una bahía al sur del bosque petrificado. Ese es uno de los principales atractivos turísticos de Celestún. Pero un ecosistema como los humedales contiene mucha biodiversidad, más allá de los flamencos.

Mirian Uh hace un recuento de algunas de las especies que le ha tocado ver a ella y al resto los cooperativistas. Entre las aves se encuentran el martín pescador norteño (Megaceryle alcyon) y el martín pescador enano (Chloroceryle aenea), el aguililla o águila negra (Buteo nitidus), pájaros carpinteros (Melanerpes pygmaeus), búhos (Athene cunicularia), el alza colitas (Actitis macularius), el pájaro reloj (Eumomota superciliosa). Entre los insectos destacan la araña seda de oro (Trichonephila clavipes), cuya tela brilla dorada cuando le pega el sol, y los alacranes.
Un miembro de la cooperativa vio un oso hormiguero (Tamandua mexicana) y le tomó una fotografía que subió a Facebook. Han avistado pisadas de felinos que podrían ser jaguares (Panthera onca) u ocelotes (Leopardus pardalis), y de vez en cuando se asoma un venado cola blanca (Odocoileus virginianus).
En el agua se encuentran el sábalo (Megalops Atlanticus), la mojarra (Cichlasoma urophthalma), el robalo (Centropomus undecimalis) , la corvina (Cynoscion nebulosus), el bagre (Ictalurus punctatus), el pez globo (Sphoeroides parvus), la lisa (Mugil cephalus), la aniceta (Holacanthus ciliaris), además de camarones del género farfantepeneus, jaibas (Callinectes sapidus) y caracoles chivita (Melongena corona bispinosa).
Un guía le hace a Octavio Uh, el hijo de Uh Canul, una señal con las manos, como un pez nadando. Le indica que hay una serpiente en uno de los árboles. Octavio Uh la reconoce, es una boa constrictor (Boa constrictor imperator) de colores marrones y negros, que se pierde en las ramas de un mangle.
La boa constrictor desayuna. Por las fauces de la serpiente solo se asoman las plumas del ave que engulle. “Es un martín pescador enano”, identifica Octavio Uh.

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El mangle protege a Celestún del huracán Milton 3z643l
En octubre de 2024 se formó un inusual huracán en el medio del Golfo de México que alcanzó la categoría 5. El huracán Milton se dirigió hacia el este, rumbo a la costa norte de la península de Yucatán, y su ojo pasó 110 kilómetros hacia el norte de Celestún. Su paso dejó inundaciones en la zona de la ría. Se registraron olas de metro y medio y la arena entró a parte de Celestún, derribando incluso la palapa de la cooperativa. No se registraron víctimas.
“Sin los manglares, a lo mejor hubiera pasado como Gilberto, devastando toda la zona”, dice Mirian Uh.
Herrera explica que las raíces del mangle rojo, con varios puntos de apoyo en el suelo, reducen la energía del oleaje y la disipa. “Es la especie que está en las orillas, porque es la que tiene precisamente estas adaptaciones para poder hacer frente a estos dos procesos: viento y oleaje”, explica.
Según Herrera, “Celestún, dado su alto grado de conservación, tiene una alta capacidad de resiliencia, se sigue recuperando. “Los árboles que caen, asegura, son los enfermos, los viejos y los menos estables. Con ello, explica, se abren huecos, áreas que se llaman claros y que permiten que la vegetación que está abajo, las plántulas y juveniles que no pueden crecer debajo de la sombra de los adultos, ahora sí pueden crecer, y entonces se rejuvenece el ecosistema.
Por eso, “los huracanes no deben de verse como algo negativo para el ecosistema”, dice el experto, pero para que cumplan su función sin causar daños exagerados es necesario mantener los manglares sanos.

Para educar sobre el pasado y el impacto del ser humano en la naturaleza, los cooperativistas e investigadores dejaron 10 hectáreas del bosque petrificado. Los visitantes pueden así comparar el antes y el después a unos metros de distancia.
Para José Isaías, el bosque petrificado es valioso porque “si no entendemos la magnitud del impacto que estamos causando los seres humanos al invadir las zonas de humedales, vamos a acabar con nuestros manglares”.
En la ciénega petrificada en la que reposan los extintos troncos de mangle, acuden las aves migratorias para descansar. Este ecosistema, aunque devastado, sigue siendo valioso.
Imagen Principal: en el manglar predominan los flamencos rosados. Foto: Óscar Rivero