- En el municipio de Charalá, Santander, un proyecto innovador de conservación busca transformar antiguas tierras de ganadería en un santuario de biodiversidad.
- Hasta el momento, se han identificado 200 especies de flora y 100 de fauna, dentro de las que destacan la Magnolia virolinensis y la rana venenosa de Santander (Andinobates virolinensis), ambas endémicas y bajo fuertes amenazas.
- El involucramiento de las comunidades que habitan este territorio a través del turismo y los emprendimientos gastronómicos los ha llevado a encontrar una alternativa económica en la conservación.
- La reserva pretende que la conservación deje de ser una actividad de las élites y se convierta en una opción de vida para los campesinos.
Salvar uno de los últimos relictos de bosque andino en Colombia. Así se puede resumir el propósito de un innovador laboratorio de conservación en el corazón del departamento de Santander, en el centro oriente de Colombia.
Un laboratorio, según la definición convencional, es un lugar que cuenta con los medios necesarios para desarrollar una investigación. En este caso, se trata de comprobar si el turismo de base comunitaria con enfoque regenerativo, entendido como aquellas actividades que aportan a la economía local para reducir la necesidad de transformar el ecosistema, puede ser una herramienta para proteger y restaurar el hábitat de múltiples especies de flora y fauna, que además es vital para el abastecimiento de agua de millones de personas.
El lugar se llama Reserva Natural Laboratorio CaminanTr3s, y es una franja de 10 hectáreas de antiguos terrenos ganaderos en la vereda Virolín, del municipio de Charalá. Virolín es un nombre importante en esta historia porque bautiza a dos especies endémicas de la zona que son fundamentales para entender la importancia del área: el árbol Magnolia virolinensis y la rana Andinobates virolinensis. Pero también porque es el hogar de decenas de personas que han habitado estos territorios desde hace décadas y quienes, desde la perspectiva de los creadores, deben convertirse en protagonistas de esta iniciativa de conservación.
“Después de más de ocho años de recorrer Colombia para visibilizar diversas experiencias de turismo comunitario a través de nuestro canal de YouTube, decidimos buscar un espacio donde poner en práctica todos estos aprendizajes”, afirma José Manuel González, uno de los fundadores de la reserva.
Gustavo Hitscherich, el otro líder de esta iniciativa, complementa: “Quisimos que fuera un laboratorio para que a través de la investigación pudiéramos probar diferentes estrategias que fortalezcan el aprendizaje de los campesinos, para que la protección de la naturaleza deje de ser algo accesible solo para quienes tienen recursos económicos”.
Ese fue el origen de esta idea que, un año y medio después de creada, tiene resultados alentadores para mostrar. Las primeras expediciones realizadas en los terrenos de la reserva, en las que han participado personas de la comunidad de Virolín, biólogos y expertos en turismo de naturaleza, han identificado la presencia de múltiples especies de flora y fauna, algunas endémicas, que son importantes objetos de conservación.
“Pero lo más rescatable de toda esta experiencia es que hemos logrado sembrar una semilla de esperanza en los habitantes de estos territorios, de que es posible encontrar alternativas económicas en la protección y en la restauración de estos ecosistemas”, afirma González.

De vuelta a las raíces
La historia de la Reserva Natural Laboratorio CaminanTr3s es una mezcla de coincidencias y conexiones. Cuando decidieron crearla, González y Hitscherich se enfocaron en buscar terrenos en el Guaviare, un departamento amazónico que conocen bien porque vivieron allí durante dos años mientras implementaban un proyecto de comunicación comunitaria con jóvenes habitantes de la región.
Sin embargo, los elevados precios de la tierra y la inestable situación de orden público los hicieron desistir de esta idea y contemplar opciones en otros lugares del país.
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Así es como apareció Charalá, un municipio andino en Santander en el que Hitscherich tiene raíces, pues su abuelo materno fue uno de los primeros colonos de esas montañas y su familia heredó algunas tierras que paulatinamente fueron vendiendo en el proceso de migrar hacia las ciudades cercanas. “Recuerdo que en las vacaciones del colegio íbamos a visitar la finca que teníamos en la vereda Virolín y yo me quedaba maravillado con la majestuosidad de esos terrenos repletos de agua y de animales que no se veían en donde yo vivía. Siempre sentí una conexión especial con este lugar”, afirma.
Hacia finales de 2023, mientras visitaba a los últimos familiares que quedaron en la zona, un vecino que estaba enterado de sus proyectos se le acercó para preguntarle si no le interesaba comprarle la finca. “Me dijo que estaba cansado de intentar producir en esas tierras, que había intentado con distintos cultivos y con ganado pero que no lo había logrado porque son suelos que acumulan mucha agua. Dijo que quería ayudarnos y me ofreció 200 hectáreas a un precio que según él era bajo, pero que para nosotros era una fortuna. Tras muchas idas y vueltas, y luego de endeudarnos con un préstamo, logramos negociar para comprarle la franja de 10 hectáreas que hoy es la reserva”, cuenta Hitscherich.
Una vez alcanzado el acuerdo, el siguiente paso fue ponerse manos a la obra para echar a andar el proyecto. Lo primero era entender bien lo que habían adquirido. En ese momento, el terreno tenía en su parte alta aproximadamente una hectárea de bosque primario en muy buen estado de conservación.
Otras cinco hectáreas estaban en proceso de restauración natural porque llevaban más de dos años sin intervención y las cuatro restantes eran potreros de uso reciente para la ganadería de búfalos. Con esta distribución de tres secciones en mente, decidieron comenzar un proceso de exploración a profundidad. Para ello buscaron aliados en la comunidad y fuera de ella que pusieran sus conocimientos y experiencias en función de este objetivo. Y no tardaron en encontrarlos.
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Hacia un inventario de la riqueza natural andina
“La gran riqueza de este lugar es el agua y la montaña”, afirma Juan Tamayo, presidente de la Junta de Acción Comunal de El Palmar en Virolín y una de las personas más entusiastas con la conformación de la reserva.
“La reserva está atravesada por tres ríos, El poeta, Guadiela y Cañaverales, y hay diferentes aves y animales como armadillos, tinajos, ñeques, tigrillos, perezosos, guaches y otros que uno no les sabe exactamente el nombre, pero se los encuentra por el bosque”, cuenta sobre las siete expediciones que han realizado hasta el momento junto a biólogos y otros expertos para identificar la biodiversidad presente en la zona.

Las expediciones comienzan muy temprano en la mañana y se realizan por un sendero de dos kilómetros que atraviesa las tres secciones de la reserva. Allí es posible ver cómo aumenta la presencia de flora y fauna a medida que se avanza hacia el bosque primario. “Pasamos de los potreros en pastizales a los lugares donde aparecen las primeras especies pioneras de árboles como Chicalá y Encenillo, que proveen frutos que son aprovechados por las aves. Es mágico ver cómo la restauración hace efecto y se empieza a recuperar el ecosistema”, afirma González.
Fredy Montero, guía profesional especializado en lepidópteros y herpetos, recuerda la emoción que sintió en su primer recorrido por la reserva cuando pudo encontrar y fotografiar en la parte alta a la víbora de pestañas (Bothriechis schlegelii) y a la Andinobates virolinensis, conocida popularmente como la rana venenosa de Santander. Esta última es una especie endémica de la región que, según la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN), está en situación de vulnerabilidad a la extinción por cuenta del tráfico ilegal y la destrucción de su hábitat por la ganadería.


“La presencia de estas especies nos alegró porque muestra que esa parte del bosque se encuentra en un buen estado de conservación”, explica Montero y comenta que al mismo tiempo esto se convierte en un mensaje sobre la importancia de proteger y restaurar estos ecosistemas, que tal vez son los últimos que quedan en una región que ha sido transformada radicalmente por la agricultura y la ganadería. “Esto no solo es clave en términos de adaptación y mitigación del cambio climático, sino porque estamos en una zona muy frágil que conecta con el Santuario de Flora y Fauna Guanentá Alto Río Fonce y con el sistema de páramos Guantivá-La Rusia, una zona con gran importancia biológica e hídrica para el país”.
En efecto, según la resolución del Ministerio de Ambiente que delimita este sistema de páramos, “este complejo abastece de agua a 222 311 personas residentes en los cascos urbanos, centros poblados, veredas y centros industriales del departamento de Boyacá. Además, ofrece una incalculable variedad de servicios tangibles como regulación del clima y corrientes de aire, así como endemismo de algunas especies”.
Una reciente publicación de Parques Nacionales Naturales muestra que gracias a la instalación de cámaras trampa en el SFF Guanentá Alto Río Fonce se registró la presencia de 17 especies de mamíferos grandes y medianos como el puma (Puma concolor), oso andino (Tremarctos ornatus), venado de cola blanca (Odocoileus goudotii), tigrillo lanudo (Leopardus tigrinus), el mono cariblanco (Cebus albifrons), entre otros; y al menos seis especies de aves como gualillo piquiazul (Aburria aburri) y la perdiz santandereana (Odontophorus strophium) que se encuentra catalogada por la UICN como Vulnerable a nivel global.

De vuelta a la Reserva Natural Laboratorio CaminanTr3s, otro de los hallazgos importantes es la presencia de al menos tres ejemplares de Magnolia virolinensis, un árbol endémico de la región que está en Peligro Crítico de extinción por el uso indiscriminado de su madera para la construcción. La permanencia y propagación de esta especie es una de las pruebas de fuego del éxito de la iniciativa, pues su existencia depende de que el bosque aledaño se encuentre en un buen estado de conservación.
Marcela Serna, bióloga experta en magnolias que ha acompañado los recorridos por la reserva, asegura que estos ejemplares están aislados y no van a poder reproducirse adecuadamente si no tienen sombra, necesitan un bosque relativamente bien conservado para establecerse.
Además, la bióloga menciona que los frutos del Magnolia virolinensis son pequeños, con pocas semillas y tienen polinizadores especializados como aves y escarabajos. “En este momento no conozco un jardín botánico que tenga plántulas de Magnolia virolinensis de salvaguarda, por eso es tan importante que este tipo de reservas hagan esa función de conservar estas especies”.
Además de magnolias, ranas, serpientes, tigrillos y guaches, durante los recorridos por la reserva también se han identificado diferentes especies de mariposas, orquídeas y aves.
Un monitoreo reciente realizado con dos cámaras trampa ha mostrado también la presencia de una familia de tres zorros, un cusumbo, un armadillo, un venado soche, varias ardillas y una tamandua mexicana, conocida popularmente como oso hormiguero. “En los registros también nos emocionó ver a una garza vaco oscuro pescando en el río Guadiela, pues creíamos que no había presencia de peces por el alto contenido de minerales en las aguas”, afirma Hitscherich.


En todo este ejercicio ha sido fundamental el uso de una aplicación digital que funciona sin conexión a internet, en la que se registran cada uno de los hallazgos con el fin de establecer un inventario sistemático de la riqueza natural del ecosistema. Hasta el momento, este ejercicio ha arrojado la existencia de 200 especies de flora y 100 de fauna. “La idea es actualizarlo constantemente, pero lo que tenemos hasta ahora nos sirve de sustento para construir las alternativas económicas para la conservación de este lugar”, afirma González.
El reto de hacer rentable la conservación
“Hay mil maneras de que esa montaña produzca otras cosas, no solamente pasto para las vacas”, afirma Lucía Madero, una ama de casa de Virolín que también se ha entusiasmado con la reserva, al punto de que hoy se ha convertido en una de las primeras guías turísticas. “La idea del sendero ecológico en conservación es que los visitantes conozcan toda esta riqueza, pero la gente de la vereda no tiene claro eso, está a la defensiva siempre”, complementa en referencia a las dificultades que enfrenta la iniciativa para lograr el involucramiento de las comunidades de la zona.
“Trabajar con las comunidades es difícil, he sido presidente de junta y es berraco [muy difícil] porque la gente no camina”, comenta Tamayo, en respaldo a las palabras de Madero. “Pero Gustavo y José Manuel han tenido la paciencia y han tenido como ese don de entrar a hacer las charlas y dar a entender que esto es para que todos trabajemos unidos”, dice respecto al esfuerzo realizado por los fundadores de la reserva para alentar la participación y apropiación por parte de los habitantes de Virolín.
“Desafortunadamente, en nuestros recorridos por Colombia nos hemos dado cuenta de que la conservación de la naturaleza es una actividad exclusiva para las élites”, afirma Hitscherich. “Es de las cosas más costosas y menos rentables que hay. Pedirle a un campesino que conserve es relegarlo al hambre, y por eso uno de nuestros objetivos fundamentales con esta reserva es encontrar, junto a las comunidades, las alternativas para que la protección de estos ecosistemas únicos se convierta en una fuente de sustento económico estable que permita la sostenibilidad de la iniciativa”, complementa.
En ese contexto, el turismo juega un papel protagónico en la propuesta de conservación. “Pero no como un fin en sí mismo, sino como un medio para proteger esta riqueza natural”, aclara González. “El primer paso en este camino es el conocimiento y reconocimiento del territorio, es decir, que las personas aprendan a identificar, monitorear, interpretar y comunicar los valores ambientales que tienen acá. Esta información es el sustento para la construcción de los guiones a partir de los cuales los visitantes van a poder vivir los recorridos experienciales que hemos venido preparando con el apoyo de expertos en turismo de naturaleza”.

Los guiones interpretativos son estructuras narrativas que articulan la información sobre las riquezas naturales de la reserva y que son fundamentales para que los visitantes se queden con un mensaje claro sobre la importancia de apoyar la conservación de este lugar.
Hitscherich asegura que durante los recorridos les cuentan a las personas lo que están viendo, pero no como una lista de especies que pueden olvidar rápidamente. “Por eso construimos los guiones desde tres perspectivas: conocimiento, que son los datos concretos; aprendizaje, que se refiere a la importancia de proteger los bienes naturales; y enseñanzas, que están orientadas a que las personas entiendan que su participación es fundamental para lograr los objetivos que nos planteamos con esta iniciativa”, explica.
Hasta el momento se han elaborado dos guiones. El primero fue llamado Susurros del Bosque, enfocado en los sonidos de las especies que habitan el ecosistema. El segundo es En Busca de la Ninfa, que está orientado a conocer la diversidad de orquídeas presentes en la reserva.
Para Lucía Madero, esto ya es un avance concreto que para ella resulta primordial en su nuevo rol como guía turística. “A mi me gusta mucho hablar con la gente y conozco bien el lugar porque lo he recorrido varias veces. Pero tener este apoyo es necesario porque nos da una indicación de cómo hablarle a la gente, cómo aproximarse a los temas que les interesan y cómo enamorarlos de este territorio”, afirma.
Otra de las apuestas para establecer alternativas económicas es el laboratorio de experiencias gastronómicas, que tiene el objetivo de fortalecer los conocimientos y las tradiciones culinarias locales. A través de talleres con expertos como Ricardo Niño, presidente de la red gastronómica del Guaviare, se ha trabajado en rescatar alimentos y recetas que hacen parte de la alimentación cotidiana de los habitantes de Virolín, para que se conviertan en un complemento de las experiencias que se le ofrecen a los visitantes a la reserva.
“Durante los talleres me sorprendió la diversidad de alimentos que producen. Saben preparar miel, mermeladas y salsas a base de uchuva. Pero también tienen un gran conocimiento en el manejo de los lácteos. Ahí sobresalen la cuajada, los quesos y hasta tres tipos de mantequillas diferentes”, comenta Niño.
Sin embargo, lo que más le llamó la atención fue la importancia de estos espacios para mejorar las relaciones comunitarias. “En las actividades pude notar que al principio algunos no se llevaban bien, pero a través de los ejercicios fueron cambiando la actitud y entendiendo que deben unirse en el propósito de aprender y compartir para que esta iniciativa sea exitosa”, afirma Niño.

El próximo paso en el proceso de puesta en marcha de la Reserva Natural Laboratorio CaminanTr3s es terminar el alistamiento de la infraestructura para recibir a los primeros visitantes externos, pues hasta el momento los guiones solo se han testeado con pobladores locales y expertos en turismo de naturaleza.
“Hemos avanzado en la construcción del sendero, la señalización y las primeras cabañas para hospedaje”, comenta González. También continúa el trabajo con las personas de la comunidad para fortalecer las capacidades en monitoreo, guianza y los primeros menús de la oferta gastronómica. “Esperamos que a finales de junio tengamos las puertas abiertas para recibir a quienes deseen conocer y recorrer por primera vez este espacio”, complementa.
Mientras tanto, Tamayo y Madero ya celebran lo que han alcanzado hasta ahora con la iniciativa. “Es muy bonito ver cómo se restaura una montaña después del daño que le hemos hecho. Tengo muchas ganas de compartir esta emoción con las personas que vengan a visitarnos”, dice Madero. Y Tamayo la complementa: “Hasta ahora lo más lindo ha sido mirar crecer estos bosques, ver árboles creciendo al pie de la reserva, uniéndose con los de la parte de abajo. A veces me pongo a pensar que antes le pasaba la guadaña a esos camareros y a esos machadores, pero ahora los veo de gran porte. Ser el encargado de cuidarlos es una alegría inmensa”.
*Imagen principal: En la Reserva se han encontrado varios ejemplares de la rana venenosa de Santander, Andinobates Virolinensis, especie endémica de la región en situación de vulnerabilidad a la extinción por cuenta del tráfico ilegal y la destrucción de su hábitat por la ganadería. Foto: Cortesía Caminantr3s