- Las iniciativas se llevan a cabo en Colombia, México y Perú.
- Buscan sensibilizar sobre la urgencia de abordar las amenazas contra estas especies y garantizar su conservación en la región.
- Los tapires, arquitectos de su territorio, y los ajolotes, anfibios bandera en la Ciudad de México, son dos de los protagonistas de estas historias de esperanza.
- Además, en Perú, comunidades recuperan semillas de tres árboles arrasados por la tala: el tornillo, la caoba y el cedro.
Desde el insecto más pequeño hasta los vastos océanos, cada especie y ecosistema cumple una función importante para mantener el equilibrio del planeta. Proteger la biodiversidad no es solo conservar paisajes hermosos o especies amenazadas, sino asegurar la salud, alimentación y futuro de la humanidad. En un contexto de crisis ambiental y social, valorar toda forma de vida es una muestra de esperanza y compromiso con un mañana más justo y sostenible para las generaciones futuras.
Cada 22 de mayo se celebra el Día Internacional de la Diversidad Biológica, una fecha clave para reconocer el papel esencial que juega la biodiversidad en la sostenibilidad del planeta y el bienestar humano. La fecha conmemora la adopción del Convenio sobre la Diversidad Biológica (CDB) en 1992 y desde entonces ha servido como una plataforma para promover su implementación y la conciencia global para proteger la vida en el planeta.

Este 2025, bajo el lema “Armonía con la naturaleza y desarrollo sostenible”, la celebración se enfoca en destacar la interconexión entre la biodiversidad y los desafíos más amplios del desarrollo global, como la erradicación de la pobreza, la reducción de desigualdades y la seguridad alimentaria.
En Mongabay Latam compartimos tres proyectos que invitan a la sensibilización sobre la importancia de mantener una armonía con la naturaleza y la relevancia de trabajar colectivamente por la conservación de la diversidad biológica en América Latina.
Semilleros Machiguenga: un banco para el futuro
En la región donde la majestuosidad de los Andes y la Amazonía se unen, existen inmensos árboles de hasta cuarenta metros de altura que crean un bosque espectacular. Este paisaje es parte de la Reserva Comunal Machiguenga, un área natural protegida por la alianza entre las comunidades indígenas y el gobierno peruano. La zona no sólo representa un reservorio de biodiversidad impresionante, sino que significa una oportunidad económica sostenible para las comunidades. Las semillas de estos árboles son la clave.
La comunidad asháninka de Puerto Rico, habitante de la reserva, se ha organizado para monitorear, proteger y comercializar las semillas que les proveen sus especies “madre”, como las reconocen. Se trata del tornillo (Cedrelinga catenaeformis), la caoba (Swietenia macrophylla) y el cedro (Cedrela odorata), árboles que en el pasado fueron gravemente explotados por su alto valor como especies maderables, pero que gracias al trabajo comunitario aún se conservan dentro del bosque de la reserva.

Desde 2020, las comunidades recolectan sus semillas por temporadas y las venden por precios de 300 a 1000 soles (80 a 270 dólares) por kilo, a compradores y proyectos de restauración locales que utilizan estos árboles para proveer sombra a proyectos de agroforestería.
“En estas 112 hectáreas hay una cantidad impresionante de especies de árboles”, explica Ernesto Escalante, biólogo y jefe de la Reserva Comunal Machiguenga. “Entre ellas se han encontrado 14 especies semilleras, de las cuales se han destinado ocho para su aprovechamiento y las otras seis no se tocan, porque tienen que continuar con la dinámica del bosque para su regeneración”.
El último reporte sobre tala ilegal de estas especies que tiene el Servicio Nacional de Áreas Naturales Protegidas por el Estado (Sernanp), es de 2012, por lo que el biólogo considera que la estrategia está funcionando.

La comunidad se ha organizado en la Asociación Forestal Ecologista de la Comunidad Nativa de Puerto Rico, actualmente integrada por 25 familias y liderada por un presidente. Su temporada más activa arranca entre diciembre y febrero, cuando llega el momento de la cosecha de semillas. Previamente, en noviembre de cada año, se organizan en grupos de cinco personas para ingresar al área cuyo es complejo, pues únicamente se puede a través del río, a bordo de pequeñas embarcaciones conocidas como peque peque, con las que tardan hasta un día en llegar desde la comunidad.
“Estamos hablando de gente que ha vivido toda su vida en el bosque, en el monte, por eso conocen y manejan muy bien las temporadas”, explica Escalante. “Ellos hacen una primera entrada en noviembre, donde ven si las semillas ya maduraron y están por caer. A partir de diciembre, entran grupos de cinco a cosechar todo lo que ha caído, y cada mes es así”.
Sin embargo, las salidas también han tenido que adaptarse debido a los efectos del cambio climático, dice el biólogo. “Debemos itir que en el mundo de la conservación, el tema del cambio climático ha sido una locura: no es como antes, cuando tenías fechas marcadas. Ahora las lluvias se retrasan o se adelantan. Entonces a veces hay excepciones y los grupos pueden tener autorización para una entrada adicional al bosque para la fase de cosecha”.

En la fase de postcosecha, la asociación realiza un monitoreo para confirmar que se está dando la regeneración natural a través de las semillas que no han recolectado. Esto también representa un buen indicador para el equipo, pues, al identificar pequeñas plántulas creciendo en la tierra bajo los árboles, significa que las semillas que comercializarán son viables.
Finalmente, bajo este compromiso, cada año reforestan con 100 plántulas nuevas de tornillo. Dentro de este grupo se incluye a jóvenes desde los 16 años para que empiecen a involucrarse con el proyecto y sepan que sí puede hacerse un manejo efectivo del bosque, explica Escalante.
“Los jóvenes van en compañía de su padre y él le va enseñando”, afirma el biólogo. “Ellos dicen que esta es su manera de enseñarles y de garantizar que esto continúe en el tiempo. Ellos han entendido que todos se deben encargar de cuidar y proteger a los árboles. Y es como ellos mismos lo describen: ‘Este es mi banco para el futuro’”.

Restaurar chinampas para salvar ajolotes
La imagen más común que se tiene del lago de Xochimilco suele comenzar con las trajineras: coloridas embarcaciones que recorren sus canales, animadas por mariachis y turistas que disfrutan tacos y beben cervezas a bordo. Sin embargo, este emblemático sitio ubicado en el centro de México tiene una milenaria tradición agrícola que va mucho más allá del paisaje festivo que atrae a los visitantes. Sus aguas, además, son el frágil hogar de una criatura única y en grave peligro: el ajolote (Ambystoma mexicanum), un pequeño anfibio endémico sumamente sensible a la contaminación y a las alteraciones provocadas por la actividad humana.
Este 2025, un censo a cargo de un grupo de científicos de la organización Conservación Internacional México y del Laboratorio de Restauración Ecológica del Instituto de Biología de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) busca determinar el estado de conservación de la especie considerada en Peligro de extinción por la normatividad mexicana y Críticamente amenazada por la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN). Esto ocurre en los humedales del Lago de Xochimilco, en la Ciudad de México, un sitio Ramsar también declarado Patrimonio Mundial de la Humanidad, y que se trata del último remanente natural del sistema lagunar del Valle de México.

“Se decidió realizar el censo de ajolotes porque es parte de un seguimiento de un estudio que se ha dado desde 1999, donde el primer censo arrojó que había 6000 ajolotes por kilómetro cuadrado y en el último que se realizó, que fue en 2014, ya solo había 36”, explica Vania Mendoza, bióloga especialista en limnología del Laboratorio de Restauración Ecológica de UNAM y coordinadora del Censo de Ajolotes.
“Esto nos habla de que la población del ajolote ha tenido un declive muy fuerte y esto es principalmente por tres problemáticas: la contaminación del agua, la urbanización y la introducción de especies exóticas”.
Durante las dos primeras fases del censo —realizadas entre septiembre y octubre de 2024, y en la tercera semana de febrero de 2025—, no se logró capturar ningún ajolote en estado silvestre en los 136 puntos del lago que fueron muestreados. Para los trabajos, se colaboró con pescadores locales como Basilio Rodríguez, habitante con un profundo conocimiento de la zona, quien se encargó de ubicar los sitios y lanzar redes de atarraya y triangulares para intentar capturar a la especie.

Otra metodología empleada es la del ADN ambiental, con la que se tomaron muestras de agua que se llevan al laboratorio para buscar indicadores que confirmen la presencia de ajolotes. Una tercera fase del censo está programada para septiembre y octubre de este año.
“Todavía nos falta más del 60 % de esfuerzo de muestreo”, dice Mendoza. “Entonces, hasta este punto, podríamos decir que es normal no haber encontrado ajolotes todavía. Es un proceso muy interesante porque nuestro pescador conoce muy bien el ecosistema y, conforme vamos navegando, él observa el movimiento del agua y el sonido”. En alguna ocasión, cuenta la bióloga, Rodríguez les llegó a decir que el sonido que escuchó era más parecido a un coleteo de ajolote que al de un pez. A pesar de que lanzó la atarraya, no lograron capturar al individuo. Sin embargo, todo puede cambiar a partir de los resultados de ADN ambiental que el equipo obtendrá en junio.

“Es un lugar difícil de trabajar porque las aguas son muy oscuras, no se puede ver a través de ellas, el fondo está cubierto de lodo y de vegetación”, explica Esther Quintero, bióloga especialista en conservación y directora técnica de Conservación Internacional México. “De entrada, sabemos que estamos en una situación de menos ajolotes que en 2014. Es como encontrar una aguja en un pajar, aún cuando sea una frase muy trillada”.
El ajolote es considerado una especie de bandera. Es decir, si los estudios se enfocan en este anfibio, los científicos podrán tener un panorama general sobre cómo se encuentra la salud del ecosistema, dice Mendoza. “Saber cómo está la población de ajolotes en vida silvestre es fundamental para reevaluar y repensar si las estrategias de conservación y los proyectos de restauración que se están llevando a cabo funcionan, además de buscar soluciones para poder mitigar de una u otra manera toda esta situación”, agrega la especialista.

Por ello, la gran apuesta es el proyecto Chinampa Refugio, un modelo de restauración implementado en colaboración con las y los chinamperos, los agricultores de Xochimilco. El propósito es proteger este ecosistema a través de la restauración de la técnica agrícola tradicional en las chinampas, un antiguo sistema de cultivo desarrollado en zonas lacustres y pantanosas, originario de la cultura mexica o azteca. Se trata de islas artificiales o parcelas de tierra ubicadas entre canales de agua, cuya alta productividad y sostenibilidad permiten el cultivo de plantas, verduras y hortalizas.
El proyecto busca incrementar la calidad de los productos sembrados, principalmente hortalizas y flores libres de pesticidas y otros contaminantes, a la par de mejorar la calidad del agua en los canales, mediante el uso de biofiltros construidos con piedras porosas, como la roca volcánica tezontle, plantas de diversos tipos y troncos que se colocan en la entrada de los canales, entre las chinampas. Su función es impedir el ingreso de especies invasoras —como las tilapias y carpas— y purificar el agua. Como consecuencia, se logra la protección del ajolote y otras especies nativas al restaurar su hábitat.

“El área natural protegida cuenta con 2507 hectáreas. En este momento, tenemos 19 chinampas que ocupan un área de siete hectáreas”, explica Quintero. “La idea es que podamos crecer por lo menos a unas 45 hectáreas próximamente y que, eventualmente, se pueda escalar a unas 1000 chinampas para poder tener una población sana”.
Si se logra restaurar el sistema de chinampas, dicen las especialistas, Xochimilco podría producir hasta el 25 % de las hortalizas que consume la población de la Ciudad de México.
“Para que haya conservación, debe de haber restauración”, concluye Mendoza. “Es muy esperanzador, pero también sé que esto se trata de un proceso que requiere paciencia para ir, poco a poco, ganando espacios para convertirlos en Chinampas Refugio. Con eso creo que estamos logrando un poco de lo que deseamos, que es la restauración de Xochimilco”.

Colombia, país de tapires
En lo profundo de las selvas colombianas, el tapir camina silencioso, abriendo senderos invisibles entre la vegetación densa. Con su cuerpo robusto y andar pausado, este gigante herbívoro se alimenta de frutos silvestres, digiere la pulpa y dispersa las semillas a lo largo de su ruta. Allí donde pisa, nace un nuevo bosque. Por eso lo llaman el arquitecto de la selva, porque diseña sin planos, construye sin herramientas y regenera con su existencia.
“En el río Bita, la gente ha empezado a darse cuenta de que, en lugar de cazar a los tapires, es mejor tenerlos vivos, como un atractivo para que turistas puedan fotografiarlos y observarlos”, describe Fernando Trujillo, biólogo y director científico de la Fundación Omacha en Colombia. “Estamos cambiando ese paradigma de que un tapir son 250 kilos de carne y, más bien, entendiendo que es un arquitecto de la naturaleza”.

También son importantes por otras razones, dice el biólogo. “Por ejemplo, cuando he estado en expediciones en sitios remotos como Chiribiquete, uno ve caminos y se pregunta: ‘Pero si aquí no hay gente, ¿quién hace estos caminos?’ Y son los tapires. Abren caminos dentro de la vegetación y esos senderos se convierten en corredores para otros animales, incluso para los depredadores que los siguen, como los jaguares. En estos caminos hemos encontrado huellas de diferentes especies, como lapas, venados y pumas”.
El nuevo libro Colombia, país de tapires es una obra de la Fundación Omacha y del Grupo de Investigación en Ecología del Paisaje y Modelación de Ecosistemas (ECOLMOD) de la Universidad Nacional de Colombia, publicada en abril de 2025. Expone estas y otras características de tres de las cuatro especies reconocidas a nivel mundial de la familia de los Tapiridae que habitan en Colombia.

La publicación, acompañada de fotografías, ilustraciones y mapas, pretende ser una herramienta de educación ambiental y una invitación a descubrir el papel crucial de estos mamíferos en los ecosistemas colombianos y a valorar su conservación como símbolo de la riqueza natural del territorio.
El tapir centroamericano (Tapirus bairdii) es la única especie residente en Centroamérica, pero que también habita en la región del Pacífico colombiano. A lo largo de los valles interandinos y de la Orinoquia y Amazonía, habita el tapir de tierras bajas (Tapirus terrestris). Finalmente, el tapir de montaña (Tapirus pinchaque), la más pequeña de las tres especies, vive en las partes altas de los Andes, que ocupa las alturas de la cordillera central. La cuarta especie y, de mayor tamaño, es el tapir malayo (Tapirus indicus), restringido a Sumatra y sur de Indochina.
“No tenemos consolidados números efectivos, hay algunas estimaciones, pero los números son muy bajos”, dice Trujillo, coautor del libro, respecto al estado de las poblaciones de tapires en el país.

Estos mamíferos enfrentan múltiples amenazas que ponen en riesgo no solo sus poblaciones, sino también los ecosistemas que ayudan a sostener. La caza indiscriminada y el tráfico ilegal de crías los persiguen incluso en los rincones más remotos, mientras que la transformación acelerada de sus hábitats naturales —que ya afecta a cerca del 50 % del territorio continental colombiano— reduce drásticamente su a alimento y refugio.
Esta pérdida de cobertura vegetal también los expone a fenómenos climáticos extremos, como incendios forestales cada vez más frecuentes e intensos. Pero la amenaza no termina ahí: la expansión de la frontera agropecuaria y el crecimiento humano en zonas aisladas aumentan el riesgo de atropellamientos, ataques por perros ferales e incluso enfermedades transmitidas entre animales domésticos y tapires.
“El libro se empezó a hacer hace unos dos años, se había dejado un poco en el aire, pero luego volvimos a inyectarle la energía necesaria para sacarlo adelante. Ahora está disponible en línea y buscamos conseguir fondos para imprimirlo porque vale la pena, es muy bonito, y queremos distribuirlo ampliamente en las regiones donde están los tapires, porque lo que queremos es generar un impacto”.

*Imagen principal: se observan los tres pares de branquias de un ajolote. Es una de las cuatro formas en las que pueden respirar. Foto: cortesía Armando Vega / Conexiones Climáticas