- Las Naciones Unidas estima que hubo al menos 1700 desplazados climáticos en Venezuela como consecuencia del huracán Beryl.
- Especialistas advierten que la deforestación y el cambio climático harán cada vez más frecuentes las inundaciones en Venezuela.
- Los desplazados internos en Cumanacoa, al oriente del país, recurren a proyectos gubernamentales abandonados para intentar sobrevivir.
- La Universidad Católica Andrés Bello afirma que nueve de cada diez venezolanos presentan algún grado de vulnerabilidad psicológica frente a las emergencias humanitarias y los desastres.
Laura Carpintero perdió casi todo cuando el Huracán Beryl pasó cerca de las costas venezolanas: su casa, su hija Dayana de 17 años, su hermana, su primo, su sobrino y su empleo. Esa madrugada del 2 de julio de 2024 la tormenta alcanzó la categoría 5 de la escala Saffir-Simpson, con vientos cercanos a los 270 kilómetros por hora. Las lluvias del huracán aumentaron el caudal del río Manzanares e inundaron gran parte de la ciudad de Cumanacoa, la capital del municipio Montes en el estado Sucre, en el oriente de Venezuela.
Mientras las lluvias se intensificaban, Laura —una maestra de 48 años— y sus familiares veían cómo el agua y el lodo se apoderaban cada vez más de la casa familiar que fue construida a pulso por su padre en La Fragua, uno de los seis caseríos más afectados en el municipio Montes. El caudal del río Manzanares se incrementaba y arrastraba todo a su paso: paredes, enseres, personas.
A las 02:00 a.m., el caudal llegó a su máximo. La familia de Laura se refugió en el techo de la casa. El agua, el lodo y las piedras entraron a la sala. Dunia Carpintero, enfermera y hermana de Laura, vio cómo la corriente se llevó a cuatro familiares. Todos desaparecieron.
Al amanecer el agua había bajado, pero los cimientos de la casa cedieron. Laura y Dunia tuvieron que desplazarse 8,4 kilómetros aproximadamente para buscar un refugio.

No fueron las únicas en esa situación. De acuerdo con las cifras oficiales de la Cruz Roja y la Media Luna Roja: 80 % de la ciudad quedó afectada por el huracán. Murieron al menos seis personas, otras 31 mil quedaron damnificadas y 336 casas fueron totalmente destruidas. La gobernación de Sucre solo dio una actualización sobre los desaparecidos: para el 14 de julio de 2024 se contaron cinco. Las cifras gubernamentales tampoco establecen cuántas personas se desplazaron dentro y fuera de Cumanacoa, pero el Centro de Monitoreo de Desplazamiento Interno (CMDI), una institución adscrita a las Naciones Unidas, establece que al menos 1700 venezolanos se desplazaron internamente por el Huracán Beryl.
Según las Naciones Unidas, el huracán tuvo una rápida intensificación por el cambio climático. No era la primera vez que una tormenta inundaba la casa de la familia Carpintero, ya que en 2012 la fuerza del huracán Isaac los obligó a desplazarse. Pero es la primera vez que llevan el título de desplazados climáticos, según los estándares de la Organización Internacional de Migraciones (OIM).
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Impacto mental aún después del huracán
Laura dijo que no abandonaría por completo Cumanacoa, no sin antes saber dónde está su hija Dayana. A casi un año de solicitar a Protección Civil que la busquen, no ha tenido respuesta. La institución tampoco respondió las preguntas de la prensa ni a las solicitudes de entrevista para este reportaje.
Mientras tanto, se adapta a su nueva rutina: debe recorrer más de 5 kilómetros para trabajar como profesora en un colegio en San Lorenzo, un poblado cercano a Cumanacoa. No hay transporte público: las vías aún siguen dañadas. El sueldo mínimo mensual en Venezuela es de 130 bolívares (ó 1.3 dólares estadounidenses a la tasa de cambio del Banco Central de Venezuela para mayo de 2025): eso es lo que recibe Laura.
Por ello tampoco puede irse muy lejos. Está en un estado depresivo y aún le cuesta hablar de lo que vivió.
Dunia, su hermana, aseguró que ninguno de los de su familia tuvo a asistencia psicológica por parte de los entes gubernamentales después del desastre. Tampoco sabían si las organizaciones independientes ofrecían este tipo de apoyo. “Yo sé que es importante que reciban atención psicológica, soy enfermera y lo entiendo, pero no supe con certeza si ofrecieron esos servicios aquí”, comentó.
Nueve de cada diez venezolanos presentan algún grado de vulnerabilidad psicológica, según el estudio Psicodata de 2024, elaborado por la Escuela de Psicología de la Universidad Católica Andrés Bello (UCAB). El informe resalta que en Venezuela no hay información epidemiológica sobre la salud mental ni los centros de atención disponibles, por lo que sus datos provienen de encuestas levantadas por la academia. Entre los factores de vulnerabilidad sobresale el limitado a la asistencia psicológica o psiquiátrica.
En Latinoamérica, la falta de mediciones y estadísticas públicas enfocadas en los efectos asociados al cambio climático han condicionado que, hasta ahora, no existan reportes estandarizados de afectaciones en salud mental en torno a este tema, asevera Carolina Quiñones, psicóloga ambiental y consultora del Banco Mundial (BM) sobre adaptación climática.
No obstante, la especialista refiere que las personas resultan afectadas ante una exposición directa e inmediata a un evento climático extremo, como el huracán Beryl, “aunque eso no implique que se desencadene un desorden psicológico o un desorden psiquiátrico”.
“Sin embargo, no es solamente estar expuesta una única vez, sino estar expuesta a todas las consecuencias que vienen después asociadas al paso de un huracán”, agregó. “Esa es una de las dificultades que se experimentan a nivel global: la incapacidad que tenemos para encontrar esa asociación [entre salud mental y cambio climático]. No porque no se dé, sino porque nuestros sistemas no preguntan si esa es la causa”.

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La misma amenaza pero con intensidad aumentada
Las crecidas de ríos por lluvias no son nuevas en la localidad. El 23 de agosto de 2012 hubo un desastre similar, cuando el huracán Isaac pasó por la misma zona, pero como tormenta tropical. El desbordamiento del río Manzanares dejó dos muertos y 35 familias damnificadas, según las cifras oficiales de Protección Civil y la gobernación del estado Sucre.
El expresidente de Venezuela, Hugo Chávez, prometió -en una alocución televisada- la construcción de casas. En una de las comunidades afectadas, en el caserío La Peña, se construyeron solo 15 casas a unos 3 kilómetros del pueblo de Cumanacoa. Vecinos de la zona, que pidieron reservar sus identidades por temor a represalias, denunciaron que esas casas no tenían servicios de agua potable, electricidad ni calles. La construcción también estaba incompleta: faltaban techos y pisos.

El huracán Beryl fue diferente. La ONG internacional Climate Central advirtió en un informe del 14 de agosto de 2024 que la temperatura superficial del mar Caribe ese 2 de julio estaba 1.8 °C por encima del promedio registrado entre 2001 y 2020, lo cual “facilitó el desarrollo temprano e intenso del huracán Beryl”, un escenario que, según el informe, era 400 veces más probable debido al cambio climático.
En cuanto a las condiciones que facilitaron el desarrollo del evento meteorológico, Orlando Aurquia, meteorólogo de la Universidad Autónoma de México (UNAM) y de Telemundo 48 en el área de la Bahía de San Francisco (California, Estados Unidos), explicó que “un ambiente mucho más cálido en el mar Caribe, en la zona por donde se movió el huracán, y condiciones atmosféricas completamente favorables”, ayudaron a que se desarrollara un proceso rápido de intensificación del huracán, “con un incremento de los vientos que en 24 horas fue incluso superior a los 56 km/h”.
Y ese calor “extra” fue impulsado por el cambio climático.
El Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC, por sus siglas en inglés) advierte en un informe publicado en 2022 que existe una “alta confianza” de que la intensidad media de los huracanes en el mundo aumentaría un 5 % respecto a los registros de 1980 si el planeta se calienta dos grados centígrados. La tendencia ya la están observando en la Universidad de Berkeley, donde han registrado al menos cinco huracanes con una intensidad mayor a la categoría 5 entre 2012 y 2021.
“Estos procesos de intensificación podrían ocurrir tanto en las zonas cercanas a las costas y a las ciudades, lo que daría menos margen a las autoridades y a los ciudadanos de establecer procesos de preparación para enfrentar estos fenómenos y minimizar las pérdidas humanas y materiales”, explicó Aurquia.
Once meses han pasado desde el desastre del huracán Beryl en Venezuela y, pese al tiempo, las zonas de Cumanacoa más cercanas al río Manzanares, y que tenían mayor actividad agrícola, siguen en los escombros. Las rocas y detritos transportados por las lluvias siguen allí. Algunas personas prefieren montarse en un burro, en lugar de un automóvil, para ir sobre la tierra y el fango. Las ruinas no se han limpiado.
Más de 100 personas en “refugios” temporales, ubicados en colegios de primaria, denunciaron bajo confidencia a este equipo periodístico que los refugios tienen una tasa alta de hacinamiento.
Alejandro Álvarez, biólogo y director del Observatorio Venezolano de Derechos Humanos Ambientales, apuntó que este escenario de vulnerabilidad meses después de un desastre socioambiental ocurre con frecuencia en Venezuela. Según dice, los programas no se adaptan a las necesidades de la población, principalmente porque no existe un levantamiento público de las personas afectadas más allá de los reportes de la prensa y la sociedad civil a nivel local.
Según la base de datos del Centro de Monitoreo de Desplazamiento Interno, que trabaja en conjunto con la OIM, Venezuela acumuló aproximadamente 52 000 casos de desplazamiento interno producto de eventos climáticos extremos, principalmente inundaciones, entre 2020 y 2024.
“Nosotros hacemos un registro continuo de noticias ambientales, y la mayor parte se obtiene porque un periodista llega al sitio, pregunta a la gente, y ellos les dicen su percepción de lo que está pasando, una percepción del impacto momentáneo sobre su familia. Pero las autoridades sacan a los periodistas de la zona”, dijo Álvarez.
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Desplazarse entre ruinas
Alejandro y Osdalys Rodríguez construyeron su vida alrededor del río Manzanares, en el caserío La Peña, que con los años se transformó en balneario. Allí tenían un pequeño negocio de víveres en el que atendían a vecinos y turistas. Él tenía un automóvil con el que trabajaba trasladando pasajeros desde Cumanacoa hacia La Peña, a unos tres kilómetros de distancia.
“En la medianoche [del 2 de julio de 2024] empezó a llover muy fuerte. Nos dimos cuenta de que el agua venía con fuerza y se metió en la casa. Nos subimos al techo unas diez personas, entre familiares y vecinos”, cuenta Osdalys, una profesora jubilada.
Subieron alimentos y enseres a la azotea de la casa. Estuvieron allí unas diez horas rezando un rosario, con el sonido del agua de fondo y el lodo arrasando la ciudad. Vieron cómo el río, crecido por las lluvias del huracán, arrastró el carro de Alejandro.
Sobrevivieron, pero la casa quedó en ruinas: solo quedó una tubería de aguas blancas. Al ver que ni el gobierno local ni nacional les brindaron un refugio, decidieron irse a unas casas sin terminar que el Ejecutivo nacional construyó en 2012 como parte de las viviendas otorgadas a los damnificados por las inundaciones ocasionadas por el huracán Isaac.

Se trató de unas estructuras entregadas sin sistema cloacal ni de aguas blancas. Tampoco tenían ventanas completas y los pisos estaban descubiertos. Hace 12 años la familia Rodríguez se había negado a habitar esa zona; pero ahora lo hacen porque, afirman, no han conseguido otra opción.
Desde allí, los Rodríguez viajan tres kilómetros a su antiguo hogar para conseguir agua potable entre las ruinas.
La pensión de Osdalys también ronda los 130 bolívares. Su esposo, Alejandro, está ahorrando para recuperar su auto y volver al trabajo. Ellos no son los únicos con ingresos bajos: la Encuesta Nacional de Condiciones de Vida 2024, otro instrumento de medición de la UCAB frente a la carencia de datos gubernamentales, estudió 16 212 hogares en más de 10 ciudades del país y concluyó que más de un tercio de la muestra se encuentra en pobreza extrema y solo el 1 % tiene una póliza para cubrir pérdidas por desastres socioambientales.
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Factores de riesgo en ascenso
Para Valdemar Andrade, ingeniero hidrometeorologista de la Universidad Central de Venezuela, el municipio Montes está situado en una zona de riesgo por ser una planicie que la hace susceptible a inundaciones producto de las ondas tropicales y huracanes. “Y cuando comienza la gente a vivir en esas zonas de riesgo, ya aparece la vulnerabilidad”, apuntó.
Pero no es el único factor antrópico que favorece el desplazamiento climático en la región. Álvarez comentó que la región situada al sur de Cumanacoa, en las cuencas del río Manzanares y Neverí, ha sido deforestada “fuertemente” en los últimos años, aumentando el riesgo debido a la falta de contención de los árboles en las cuencas.
Según el proyecto MapBiomas Venezuela, entre los años 1985 y 2022 se deforestaron 9200 hectáreas de cobertura vegetal en la cuenca del río Manzanares. La mayor parte de las actividades de deforestación se desarrollan alrededor de la siembra, ya que Montes es catalogado como uno de los municipios agrícolas del estado de Sucre.
Andrade agregó otra arista: la ocupación del territorio de alta exposición frente a la inacción del gobierno venezolano para mitigar los desastres. “Entonces comienzan a generarse los desplazados climáticos y las autoridades carecen de la capacidad económica para solventar, construir viviendas y reubicar a los desplazados”, afirmó.
El ingeniero no descarta que estos escenarios se repitan en el futuro, a menos que las autoridades elaboren mapas de riesgo hidrológico, tanto de crecidas como de deslaves. “Y si hay población dentro de esa zona, bueno, buscar mecanismos de reubicación”.
Sin a cifras oficiales
Seis días después de las inundaciones, el 8 de julio de 2024, la istración de Nicolás Maduro anunció la creación de un fondo especial de un millón de dólares para atender a los sectores económicos afectados.
La autoridad única del municipio Montes, Nayade Lockiby Belmontes, ha desarrollado proyectos de infraestructura para la reconstrucción del municipio, dentro del denominado “Plan Hugo Chávez Frías para el Renacer de Cumanacoa”. Sin embargo, el a cifras oficiales por parte de la prensa independiente ha sido restringido.
Aunque se intentó ar al funcionario para conocer la cantidad de viviendas que estiman construir en la municipalidad o la cifra actual de personas afectadas y ubicadas en refugios, no fue posible obtener información. Las restricciones en el a la información también dificultan conocer cuántas personas buscaron, por su cuenta, un sitio donde vivir ante la pérdida de sus hogares.
Habitantes de la zona indicaron que a inicios de marzo de este año, personas que residían en caseríos devastados por las inundaciones, como La Fragua o Las Trincheras, aún permanecían en refugios.
Once meses después de perderlo todo, Alejandro y Osdalys avanzan por su cuenta. Sus hijos, que viven fuera del estado de Sucre, les envían dinero para que puedan, poco a poco, volver a instalar una pequeña tienda de víveres, esta vez en la sala de su casa.
Por su parte, Laura Carpintero sigue con su trabajo como docente en una escuela en San Lorenzo mientras espera noticias de su hija, que el 4 de octubre cumplió 18 años, aún cuando las búsquedas de desaparecidos en las inundaciones cesaron oficialmente cuatro semanas después del siniestro. “El Gobierno sólo dio una o dos bolsas de comida”, dijo su hermana Dunia. También recibió un colchón y un par de prendas de vestir. Las semanas siguientes al desastre los afectados recibieron comida de instituciones religiosas y de la sociedad civil.

Dunia ite que todos en su familia necesitan ayuda psicológica para lidiar con el trauma de la tragedia. “Ella [Laura] quiere encontrar a su hija, aquí o en Japón, y darle sepultura si está muerta. Eso es lo único que siempre dice. Yo sé que necesita ayuda, terapia, pero no hay cómo hacer eso”.
Aunque ya no residen en La Fragua, tanto Dunia como Laura y algunos de sus familiares regresan de vez en cuando a su antiguo hogar. “Fui en moto, en el camino de lejos uno puede ver todo el caserío y ver los escombros. Cada vez que voy me dan ganas de llorar al ver toda la destrucción”, dijo Dunia.
Mientras tanto, el IPCC advierte que tormentas tropicales intensas se pueden volver más frecuentes si la temperatura media global llega a los 2 grados centígrados o más. La situación se vuelve más complicada si se considera que, según la ONG Clima21, el gobierno venezolano, hasta ahora, no ha publicado un plan de mitigación para eventos extremos potenciados por el cambio climático.
*Este reportaje periodístico forma parte del especial “Desterrados Climáticos: Nuevas Migraciones Venezolanas” al que puede acceder aquí.
**Imagen principal: el caserío La Peña, un proyecto habitacional abandonado por el gobierno venezolano, que los desplazados de Cumanacoa por el Huracán Beryl usan como refugio. Foto: cortesía Nayrobis Rodríguez