- En el Bajo Putumayo, hay 12 resguardos siona que han perdido su territorio a cuenta gotas a causa del conflicto y las disputas por el narcotráfico.
- Según la ONU, en 2022, el número de hectáreas plantadas con coca en Putumayo llegó a 48 034, la cifra más alta desde 2017 cuando empezó la sustitución de cultivos.
La tierra que tienen las 12 comunidades siona en Putumayo, no solo es el territorio donde viven las cerca de dos mil indígenas de este pueblo. Para los Zio Bain, como se reconocen en su lengua materna, allí también viven los espíritus de la selva, del río, de los animales, de sus ancestros. Todo el territorio del los siona, a las orillas del río Putumayo, es uno que han perdido a cuentagotas por la deforestación provocada por los cultivos de coca ilegales y las minas antipersonal de las disidencias de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) que los han separado de la selva.
Los siona son un pueblo indígena que ha vivido hace siglos en la cuenca del río Putumayo que separa a Colombia de Ecuador y Perú. La mayoría de estos viven en resguardos con caseríos de casas de madera y techos de zinc, en las lomas que se forman a la orilla de este río amazónico. Otras familias y comunidades viven en los bordes de los caños, afluentes, que se internan en los profundo de las selvas y del Parque Natural Nacional La Paya: una selva que traslapa con varios resguardos de este pueblo y hace parte de su territorio ancestral.
Néstor* vive en uno de estos resguardos. Es un joven indígena que habla en voz baja sobre la realidad de su comunidad. “La coca desequilibró todo el tema espiritual. Nosotros no podemos estar tranquilos porque los grupos armados están ahí. Estamos dentro del territorio, pero no podemos andarlo”, dice, mientras sus compañeros del resguardo que lo acompañan asienten con la cabeza, confirmando lo que todos saben.
Es mediodía y Néstor se encuentra en una comunidad siona, que no es la suya, en medio de la selva del parque La Paya. Los trinos de los pájaros y los aullidos de los monos se mezclan en la conversación, mientras este joven indígena cuenta que cada vez es más difícil encontrar los animales cerca de su resguardo, que esos sonidos han sido reemplazados por los de los motores de las lanchas entrando por el caño y las sierras que tumban el bosque para sembrar coca.
Néstor solo se atreve a hablar de esto por fuera de su territorio. Así se lo relató a una alianza periodística de La Silla Vacía y Mongabay Latam que viajó a Putumayo, pero que no pudo visitar los resguardos indígenas por problemas de seguridad para los pobladores.
Para llegar a la mayoría de los resguardos de los siona hay que navegar por el Putumayo bajo la vigilancia de los “Comandos de Frontera”, un grupo armado que nació de las disidencias del Frente 48 de las FARC y ahora hace parte de la Segunda Marquetalia; una organización que agrupa a varios frentes disidentes y es liderada por “Iván Márquez”.
Para los pasajeros de la “línea” —como se le dice a la lancha rápida que viaja todos los días de Puerto Asís a Puerto Leguízamo— es normal que el recorrido se interrumpa por el retén que hace este grupo armado en la orilla colombiana del río. Un retén en el que estuvo esta alianza periodística a una hora en lancha del corregimiento de Puerto Ospina en dirección a Puerto Leguízamo.
Los Comandos de Frontera controlan el negocio de la coca y para ello mantienen un estricto control de los movimientos en la cuenca del río Putumayo. Lo hacen para evitar infiltrados del Frente “Carolina Ramírez”, que hace parte del Estado Mayor Central de las FARC al mando de “Iván Mordisco” y con quienes están enfrascados en una guerra por el control del departamento.
La violencia de este conflicto ha confinado a Néstor y a muchos indígenas siona dentro de sus propios resguardos. Y lo que es más grave, ha afectado el centro de la cultura de los siona que gira alrededor de la espiritualidad y su relación con la naturaleza, con la cual conectan a través de la toma de “remedio” o “medicina”. Así le dicen al yagé, un bejuco del cual extraen una bebida sagrada y con poderes fuertemente alucinógenos que toman en ceremonias por las noches, y que les provocan visiones que les dictan cómo estar en armonía con el territorio. Una armonía interrumpida por la coca y las armas.
Lo que la coca trajo y se llevó
Zio Bain significa “gente de chagra” en la lengua materna del pueblo siona. Su nombre muestra su relación directa con la tierra. La chagra es el huerto donde siembran la yuca, el maíz, la caña. Pero algunos resguardos de los siona, en el Bajo Putumayo, las chagras han cedido ante otros cultivos: la coca ha sido sembrada en decenas de hectáreas para producir cocaína que sale por rutas de narcotráfico por la triple frontera con Ecuador y Perú.

El territorio de los siona, a lo largo del margen colombiano del río Putumayo entre Puerto Asís y Puerto Leguízamo, es estratégico para el narcotráfico. “El departamento es clave por su frontera con Ecuador y en el sur con Perú, pero también por la salida hacia el Amazonas para Brasil. Ahí aparecen las organizaciones criminales brasileras que negocian también la cocaína”, explica el coronel (r) de la Policía, Miguel Tunjano, quien es consultor para el Ministerio de Justicia en temas de drogas.
Un análisis que coincide con Leonardo Correa, coordinador técnico de la Oficina de Naciones Unidas contra la Droga y el Delito (Unodc por sus siglas en inglés). “El río Putumayo es navegable hasta más abajo, entonces yo creo que se está consolidando esa zona para mover la cocaína hacia Ecuador o Brasil como tránsito a mercados externos”, le dijo Correa a Mongabay Latam.
Esta ubicación estratégica es la que ha hecho que Putumayo se convierta en la segunda región, con Caquetá, con más densidad de cultivos ilícitos del país, según el último informe Unodc sobre los cultivos de coca en Colombia. En 2022, el número de hectáreas en este departamento llegó a 48 034, la cifra más alta desde 2017, cuando empezó la sustitución de cultivos y un 86 % más que en 2021.
El programa de sustitución de cultivos ilícitos fracasó entre los incumplimientos del gobierno de Iván Duque y la presión de las dos facciones de disidencias de las FARC que se reconfiguraron en Putumayo tras el Acuerdo de Paz. Por un lado los “Comandos de la Frontera” aliados a la estructura de la Segunda Marquetalia y que tienen mayor control de la cuenca del río Putumayo. Por el otro, el Frente Primero “Carolina Ramírez” que hace parte del Estado Mayor Central de las FARC.
Estos ingredientes terminaron generando una nueva bonanza cocalera que atrajo a viejos y nuevos colonos que llegaron a zonas de frontera a tumbar selva y sembrar coca.

Así sucedió en muchos resguardos de los siona. De acuerdo al último informe de monitoreo de cultivos de coca de la Unodc en Colombia, en 2022 el número de hectáreas sembradas dentro del parque natural La Paya y sus alrededores aumentó 2.4 veces en comparación con 2021. Además el municipio de Puerto Asís se convirtió en el tercer municipio con más coca sembrada en el país. Todas las 12 comunidades siona están ubicadas en estos dos territorios.
“El apogeo de la coca impactó a las personas que tienen la capacidad de tumbar cualquier cantidad de hectáreas de selva. Pero nosotros que somos nativos estamos acostumbrados a vivir de la chagra, no deforestamos así”, cuenta Néstor.
En donde antes había ceibas, canaguches, arazá y otros árboles amazónicos, empezó a verse coca. “No tenemos claro el total, pero son más de 140 hectáreas deforestadas dentro de nuestro resguardo. Y fuera del territorio también hay deforestación. Todo tiene cultivos ilícitos”, le dijo Néstor a esta alianza periodística, que pidió no ser citada por temor a represalias de los grupos armados.
Según los mapas de deforestación del año pasado de la Fundación para la Conservación y el Desarrollo Sostenible (FCDS), en esta zona de la cuenca del río Putumayo en donde se han detectado hectáreas de bosque deforestado coinciden con los mapas de cultivos ilícitos.
Para Luz Alejandra Gómez, analista de datos geográficos de FCDS, es evidente cuál es la causa de la deforestación en el río Putumayo. “Lo que hemos visto es que se da por la expansión de los cultivos de coca”, dice. Y según datos del Observatorio de Conflictos Socioambientales de la Amazonía de FCDS, Putumayo es de lejos el departamento del bioma amazónico con mayor cantidad de cultivos ilícitos.
La deforestación fuera de los límites de los resguardos siona también afecta a los indígenas. Un ejemplo es el enclave que se ha generado alrededor del caño que va a la verdad concepción, identificado como un nuevo núcleo cocalero clave el municipio de Puerto Leguízamo y cercano a resguardos siona.
“Como entra tanto motor por los caños que pasan por nuestras comunidades, pues eso perjudica al río, porque uno va a pescar y no encuentra a los peces, porque se ahuyentan con tanto movimiento y ruido”, dice Néstor, que conoce de cerca la realidad que viven varios resguardos de su pueblo en el Bajo Putumayo, como El Hacha y El Tablero.
“Concepción es un centro poblado que se está volviendo un nodo de tráfico, no solamente del lado colombiano sino también de Perú, donde se comercializa la coca, toda la comunidad gira en torno al negocio y hay una relación directa con el tráfico”, dice Correa de la Unodc, con base en el monitoreo de los cultivos de coca en 2022.
Néstor sabe con claridad qué ha significado para el ambiente ese crecimiento que se ve en los satélites. “Los cultivos ilícitos nos afectan la espiritualidad porque se afecta la cacería, las aves. A veces ponen los laboratorios al pie de los caños y eso también contamina mucho. Todo eso ahuyenta a las especies. Cuando usted va de cacería no encuentra porque los animales están lejos, a tres o cuatro horas adentro de la montaña”.

Lo paradójico es que mientras la coca afecta lo más sagrado de los indígenas siona, también ha generado una dependencia económica de las familias de esta comunidad al dinero que trae el narcotráfico. Algunos indígenas Zio Bain dejaron las chagras para irse a jornalear en los cultivos, a fumigar o a raspar coca. A ganarse un dinero extra.
Por eso, desde que la bonanza cocalera se acabó en Putumayo, en noviembre del año pasado, la situación no ha sido fácil. “Verdaderamente, es dura la situación. Hay familias que se están yendo porque la coca era lo único que sostenía la comida diaria. Los manes no están comprando”, cuenta Néstor, quien ha visto marcharse a siete familias de colonos en los meses recientes y que habían llegado a sembrar en los últimos años.
Así como cuando llegó el boom de la coca, ahora que hay crisis se ha transformado de nuevo las comunidades. Mientras los sábados en los resguardos siona en el Bajo Putumayo no cabían las personas que llegaban a vender su producción, ahora solo se ven a los pobladores indígenas nativos que como siempre se reúnen esos días a hacer la minga.
Néstor y otras tres fuentes que viven en la región, consultadas durante el desarrollo de este reportaje, coinciden en que una de las razones de la crisis de la compra de coca —que se produjo desde noviembre de 2022 y durante todo el primer semestre de 2023, en Putumayo— es que el gobierno de Gustavo Petro cambió a toda la cúpula militar del departamento y como los nuevos apenas están llegando a la región, los armados dejaron de contar con la protección de algunos militares que, según las fuentes, los dejaban pasar en un claro acto de corrupción.